Luis de Vega: ‘Hay que aplaudir que la guerra de Ucrania haya hecho que los medios retomen la agenda internacional’
El año 2023 no ha podido empezar mejor para Luis de Vega. Natural de Huelva, donde se le acaba de conceder la Medalla de la Ciudad, el periodista y reportero gráfico de El País Luis de Vega ha logrado el Premio APM al Mejor Periodista del Año 2022, por su “infatigable cobertura de la invasión rusa de Ucrania, en primera línea de fuego y con un peculiar estilo que trata de humanizar el horror de la guerra reflejando la realidad social de las víctimas, personalizando la noticia con nombres y apellidos y destacando actuaciones que encarnan la esperanza y la ilusión de recuperar la paz”.
Su labor profesional le ha llevado a recorrer una treintena de países durante los últimos 25 años -22 de ellos en el diario ABC-, donde ha cubierto todo tipo de acontecimientos, desde guerras, hambrunas, golpes de estado o movimientos migratorios.
El premio en la persona de Luis de Vega -señala el fallo del jurado- es “un homenaje y reconocimiento a todos los profesionales españoles que han arriesgado y arriesgan su vida en Ucrania para denunciar el horror de la guerra”.
- ¿Qué supone para usted que la APM le considere el Mejor Periodista del Año 2022?
Los premios en casa saben muy bien. Que una institución, más que centenaria, se haya fijado en mi trabajo, en un año como este, es un orgullo. Uno nunca trabaja pensando en los premios, sino en que su trabajo o coberturas como la guerra de Ucrania le sigan abriendo las puertas a nuevas coberturas o, al menos, a seguir trabajando. Por otro lado, centrándonos en que el premio lo conceden compañeros de profesión, supone una felicidad enorme e incentiva a uno a volver a Ucrania, una quinta vez, para seguir con la cobertura.
- El fallo del jurado destaca su compañerismo, su calidad humana, así como que es un periodista vocacional, infatigable y todoterreno. ¿Se siente representado en esos calificativos?
Cualquiera que haya realizado una cobertura como la de Ucrania o una crisis humanitaria sabe que hay un poso de camaradería y de compañerismo que muchas veces no sale a la luz. Por ejemplo, cubriendo la crisis de los cayucos en el norte de Senegal, me robaron la cartera de la bolsa de las cámaras. Me quitaron el dinero, las tarjetas, el carné de prensa…Todo menos el pasaporte, que no cabía. Me quedé reportajeando sobre el terreno diez o quince días más gracias a un compañero de El País. Entonces yo trabajaba para ABC y el dinero que él tenía lo repartimos a medias. Compartimos habitación, conductor… Eso que puede ser considerado un anacronismo que no suele salir mucho a la luz, pues fue así y el día que me muera lo haré acordándome del gesto de este compañero.
La cámara me ha ayudado muchas veces a acercarme a las historias
Cuando dicen todoterreno, puede ir unido a que siempre me ha gustado llevar la cámara de fotos. Es una herramienta con la que no solo capto imágenes, que luego trato de trufar con mi texto, sino que la cámara me ha ayudado muchas veces a acercarme a las historias y conseguir testimonios, declaraciones o aspectos de un reportaje que no hubiese logrado si me hubiese quedado a la distancia del plumilla.
Un tercer aspecto es que tenemos que asumir que el nuevo periodismo es distinto del anterior. La revolución digital nos obliga a no tener la vista tanto en la edición en papel y tratar de amoldarnos a los nuevos formatos. Desde Ucrania he hecho desde pódcast a vídeos, conexiones radiofónicas con la radio del grupo o ha tratado de ser un poco más activo en redes sociales.
- Además de lo mencionado por el jurado, ¿qué otras cualidades no deben faltar en un profesional que se dedica al periodismo internacional?
Para mí hay una base que va más allá del periodismo internacional. Este sigue rodeado de cierto romanticismo que puede estar justificado por las películas, por la existencia del término reportero de guerra -que a mí no me gusta en exceso-, pero la base es la curiosidad. Uno tiene que ser curioso. Esto vale tanto para el periodismo hiperlocal como para el que cubre la guerra de Ucrania.
Cubrir internacional implica un alto precio a nivel personal y familiar
Si me preguntas qué características debe tener un periodista que cubre internacional, desgraciadamente te tengo que decir que la familia sufre, por la distancia, porque son coberturas más largas, porque muchas veces están rodeadas de incertidumbre…cubrir internacional implica un alto precio a nivel personal y familiar. Mi mujer es psicóloga y, prácticamente, no ha ejercido muchos años de su vida por mi profesión.
- Recibe el premio por su cobertura de la guerra de Ucrania. Cuando Rusia decidió invadir el país, ya estaba en Kiev. ¿Qué hacía allí?
Fue una enorme sorpresa. Viajaba con toda la tranquilidad del mundo para coordinarme con mi compañera María Sahuquillo y hacer unas cuantas historias que sirvieran para ilustrar la “tensión” que se vivía en la esfera internacional, con Ucrania un poco en guardia y las tropas rusas al otro lado de la frontera. Había ruido de sables, pero la población no esperaba de manera inminente la invasión, con lo cual en muy pocas horas mi cobertura sufrió un vuelco. Pasó a ser una cobertura trepidante, muy bonita, muy interesante, … Había incertidumbre por saber si teníamos que dejar o no Kiev. [En ese momento], empezamos a ver las distintas posibilidades de supervivencia sin arriesgar nuestra vida y ver de qué manera podíamos mantener la cobertura. Periodísticamente fue bonito ver que todo aquello estaba ocurriendo y que estabas en el lugar donde todo el mundo tenía la vista puesta.
- En su caso, que ha cubierto otros conflictos armados y humanitarios, ¿ve en la guerra de Ucrania diferencias respecto a otras coberturas?
Comparado con Afganistán, que es un conflicto que lleva medio siglo, el caso del país ucraniano no es solo que esté invadido por Rusia, sino que las consecuencias de la invasión rusa están afectando a la alimentación en los países más pobres -al ser uno de los principales graneros del mundo-, o al propio mercado energético y a nuestra calefacción… La guerra de Ucrania ha sido un terremoto mundial, a diferencia de la guerra de Afganistán, que es muy interesante de cubrir, pero cuyas consecuencias a la gente importan menos.
En lo laboral, hay una cosa muy interesante y es la posibilidad en pleno conflicto de poder moverte en tren. La compañía nacional de ferrocarriles, que es el principal empleador del país con 231.000 trabajadores, se ha convertido en una especie de ejército paralelo que sigue trabajando y recuperando las líneas en muy pocos días. Eso a nosotros nos permite realizar desplazamientos de forma barata y accesible. Hay otros medios, por ejemplo, el New York Times, que no permite a sus periodistas viajar en tren por seguridad.
También hay que romper una lanza a favor de algo que es muy importante para nosotros, como son los periodistas locales, los conductores, los traductores o los fixer. Sin embargo, también hay que lamentar muchas veces que en el mercado de fixer, intérpretes o conductores haya cierta inflación de precios. Muchos compañeros, especialmente los freelancer, sufren para poder desplazarse. Es consecuencia de que hay medios grandes, que tienen el saco de dinero mucho más grande que otros, y es muy fácil encontrarse a una persona que te quiere cobrar 400 o 600 euros diarios, un precio totalmente irreal. El término fixer requiere que una persona tenga buenos contactos, que se sepa mover, y no todas las personas que trabajan con nosotros pueden ser consideradas como tal. En ese sentido, las condiciones no son las mejores para trabajar.
- En su caso pertenece a la plantilla de El País, pero hay muchos otros compañeros que son freelance. ¿Cómo ha afectado al periodismo internacional la precariedad que se vive en los medios en la actualidad?
Enviar a un periodista a Ucrania es mucho más caro que enviarlo al Estadio Santiago Bernabéu o al Congreso de los Diputados. Por un lado, hay que "aplaudir" que la guerra de Ucrania haya hecho que los medios retomen un poco la gran agenda internacional, pero por otro, es complicado, en este momento, que las coberturas sean largas e intensas por el coste económico que suponen.
Quien aspire a ser un gran medio de comunicación no debe olvidar la cobertura internacional
En el caso de El País, donde llevo casi cuatro años, han sacado músculo. El conflicto de Ucrania lo hemos cubierto en torno a doce reporteros, de forma permanente dentro de Ucrania, y con una muy buena cobertura en los países satélites. Desde luego, quien aspire a ser un gran medio de comunicación, sea escrito, digital, televisivo o radiofónico, no debe olvidar la cobertura internacional. Vivimos en un mundo cada vez más globalizado y eso permite a una persona cubrir la actualidad desde Madrid, por teléfono o redes sociales, pero las nuevas tecnologías y la globalización del mundo no deben impedirnos a los periodistas y a los medios olvidarnos de los básico: estar en el terreno e ir más allá de la última hora. Ucrania ha sido una vuelta de tuerca y para mí supone una satisfacción haber formado parte del equipo de El País que sigue cubriendo este conflicto.
- ¿Le consta que haya compañeros freelance que estén cubriendo la guerra de Ucrania en condiciones precarias?
Sí, de los aproximadamente 14.000 periodistas acreditados de todo el mundo, muchos de ellos son freelancer y hay algunos con un alto grado de precariedad. Es decir, es el impulso vocacional lo que les lleva a cubrir esta guerra. Van sin tener una serie de colaboraciones cerradas, sin tener un medio que les vaya a publicar, sin seguro, y algunos de ellos son profesionales de mucha valía, de mucha experiencia. Sufres y te da pena de ver que hay personas con unos trabajos brutales, pero que se tienen que volver porque no tienen quién les compre el trabajo.
- Lleva más de un cuarto de siglo como periodista y fotógrafo, y ha recorrido más de 30 países cubriendo todo tipo de acontecimientos, desde guerras, hambrunas, golpes de estado o movimientos migratorios… ¿Hay alguna de sus coberturas que recuerde especialmente?
Recuerdo cuando, impulsado por ese romanticismo que nos impulsa a todos, me iba en mis vacaciones a “trabajar” y aprender, por ejemplo, a Palestina. Estaba trabajando ya en ABC, pero no en la sección de Internacional, y llegaban las vacaciones de verano y me iba a Gaza, a Jerusalén o a Hebrón. Esas coberturas en las que aprendí a mejorar como fotógrafo, a moverme por el terreno, en las que iba muy tirado de dinero… Eso fue lo que me abrió la puerta a que en 2002 me ofrecieran la corresponsalía del diario en Rabat. Palestina fue una escuela y una forma de ver si realmente la cobertura internacional me gustaba.
- Ha mencionado Rabat y me gustaría hablar de presiones. En 2010 dejó de ser corresponsal de ABC en el Magreb y el África subsahariana, donde llevaba ocho años, porque Marruecos decidió retirarle la acreditación. ¿Cómo lo vivió?
Por entonces era el decano de los corresponsales en la zona y Rabat quería dar un golpe encima de la mesa y escarmentar a un grupo de periodistas que consideraba díscolos -cuando digo díscolos es que estaban haciendo bien su trabajo-. La cosa estaba calentita con el campamento de “Gdeim Izik” en el desierto, a las afueras de El Aaiún, y todos teníamos los ojos puestos en aquella revuelta popular un poco inaudita en las últimas décadas. España, con la boca pequeña, no nos defendía ante los abusos que cometía Marruecos. Comprábamos billetes de avión para bajar al Sáhara Occidental y no nos dejaban subir a los vuelos, nos presionaban, teníamos pinchados los teléfonos móviles, presionaban a nuestras fuentes, etc. Claramente, el objetivo de Rabat era que no se hablara en los medios españoles de lo que estaba sucediendo en el Sáhara Occidental. Fue entonces, en el mes de noviembre, cuando repentinamente, sin haber tenido una advertencia previa, el Ministerio del Interior hizo un comunicado, a través de la agencia de noticias oficial MAP en la que me retiraban la acreditación. Eso supuso un golpe encima de la mesa. El Gobierno español de entonces no emitió una protesta firme ante lo que estaba sucediendo y prácticamente se quedó callado ante el abuso que se estaba cometiendo.
- ¿Recuerda alguna otra ocasión en la que le haya tocado dejar de informar por ser un periodista incómodo?
De ese calibre no, porque en ese caso también supuso la salida de mi familia, que vivía conmigo. No me dejaron hacer la mudanza. Fue un infierno. A mi mujer todavía se le ponen los pelos de gallina cuando recuerda a los agentes secretos rodeando mi casa mientras mis amigos y ella sacaban todos los muebles.
Ser testigo de la Historia en directo es un privilegio que tenemos unos cuantos
A ese nivel no, pero es verdad que en nuestro día a día hay muchas ocasiones en las que llamas a una puerta y no siempre se abre. Sin ir más lejos, al propio ejército y Gobierno ucraniano le gusta tener bajo su control determinados datos e informaciones. No lo estoy justificando, pero es normal chocar con eso para cualquier periodista que está sobre el terreno. La información es poder y algo tan sencillo como, por ejemplo, el número de víctimas mortales en el lado ucraniano se desconoce, y, sin embargo, Ucrania informa cada día “con pelos y señales” de los supuestos rusos que están matando. La propaganda, el silencio, el impedir el acceso… Tenemos que denunciarlo, hablar de ello, pero no es nuevo. Se emplea muchísimo.
- En el plano personal, ¿qué es lo más gratificante de su trabajo?
Siempre digo que es muy complicado que un reportero se haga rico, pero es muy difícil que alguien tenga la vida que hemos tenido nosotros. Ser testigo de la Historia en directo es un privilegio que tenemos unos cuantos. Estar en Kiev cuando se desata la invasión rusa, ver cómo cae la dictadura de Gadafi, ser testigo del cerco a la Basílica de la Natividad en Belén por el ejército israelí, ver cómo Hungría construye una valla a imagen y semejanza de la de Ceuta y Melilla para impedir que avancen decenas de miles de refugiados o ser testigo de cómo París vive traumatizada tras los atentados yihadistas contra Charlie Hebdo y la sala Bataclan. Creo que profesionalmente es muy satisfactorio.
- ¿Cómo fueron sus inicios en la profesión?
Estudié en la Universidad Pontificia de Salamanca. El primer año, por presiones familiares, por la mañana estudiaba Periodismo y por la tarde Filología inglesa. Luego tomé la decisión de que quería seguir solo con Periodismo. Lo que más me gustaba era la prensa, pero empecé a interesarme por el reporterismo gráfico. Ese fue un cambió que sufrí gracias a un curso que hice con la Sociedad Fotográfica de Salamanca, donde empecé a tener contacto con la fotografía. En paralelo, en la facultad cursé una optativa sobre fotoperiodismo. Ahí es donde empecé a forjar lo que ahora hago: soñar con hacer el texto y la fotografía yo mismo. Que una persona esté leyendo el testimonio de alguien con quien he estado y pueda ver su retrato, su casa, su coche o el sitio en el que se mueve. Lo veía un poco utópico, pero, treinta años después, no puedo quejarme. He trabajado 22 años en ABC y, a pesar de lo pasado, estoy viviendo una especie de segunda juventud periodística en El País.
- ¿Y el interés por la información internacional lo tiene desde el principio?
Sí, recuerdo que sin haber trabajado nunca en la sección de Internacional de ABC, tenía cierta inquietud por el viaje, lo diferente, lo lejano… eso está vinculado con aquellos primeros viajes que hacía a Palestina, o con una propuesta de reportaje que hice a Blanco y Negro para irme a Kosovo. Era un poco rabo de lagartija e iba buscando mi hueco en la profesión.
- Para un periodista que quiera dedicarse a la información internacional, ¿cómo está el acceso a la profesión periodística? ¿Qué les recomienda a los que están estudiando ahora Periodismo?
El acceso está complicado. Los conflictos son más accesibles, pero el mercado está por los suelos. Es un momento en el que tenemos más medios gracias a la globalización, los viajes se han abaratado, las nuevas tecnologías te permiten hacer un directo desde casi cualquier sitio, pero, al mismo tiempo, la crisis mantiene a los medios alejados de comprar crónicas, directos y buenos reportajes a profesionales que están sobre el terreno.
Tenemos que entender que lo que dice un tertuliano no puede valer el doble que lo que nos cuenta un reportero desde Ucrania
Si está valorado ir como tertuliano a un plató, ¿por qué está menos valorado el trabajo de un tío que se juega la vida contándonos lo que ocurre en Ucrania? Tenemos que entender que lo que dice un tertuliano no puede valer el doble que lo que nos cuenta un reportero desde Ucrania. Ahí hay un problema de mercado serio y complicado.
- Ante ese escenario que describe, ¿qué le recomienda a un estudiante que quiera dedicarse a la información internacional?
A primera vista, puede ser un poco kamikaze [risas]. No lo va a tener fácil, pero nunca lo ha sido. Hay que ser muy pesado, llamar a muchas puertas. Lo ideal es ver dónde hay un hueco para llenarlo con tu trabajo. Ahora mismo hay televisiones internacionales, como Deutsche Welle, France 24 o la BBC, que tienen informativos y consumen material en español. También hay que tratar de hacer algo diferente a lo que están haciendo otros periodistas. Eso da valor. En cualquier caso, es difícil por la coyuntura. Desde luego, aconsejaría tratar de ser multimedia -el valor añadido del multimedia es importante-, y que no dejen de luchar por sus sueños. Nunca se nos han abierto las puertas a la primera.
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