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Temed el vacío tras la Comisión de Quejas de la Prensa (PPC)

15/07/2011

13:27

Escrito por: APM

Traducción de un artículo publicado en "The Guardian" por Peter Preston, actual columnista del diario inglés, del que fuera director durante 20 años, en el que defiende la autorregulación y la libertad de prensa tras el escándalo de las escuchas ilegales y sus repercusiones. Preston advierte: "Yo estaba allí cuando se puso en marcha la autorregulación: no permitamos tirar a la basura la libertad por la que tanto hemos luchado".   

Por su interés tras los últimos acontecimientos en la prensa inglesa, con el consentimiento del autor, traducimos y reproducimos este artículo de Peter Preston publicado en la página web de "The Guardian":   

 

Peter Preston / Guardian.co.uk / 10 de julio

Fue la última gran crisis de los periódicos antes de que se desatara la siguiente. En 1990, dos periodistas del “Sunday Sport” se colaron en la habitación del actor Gordon Kaye, gravemente herido, y comenzaron a hacerle fotos. Todo un atropello. Un comité, puesto en marcha por el Gobierno, y dirigido por Sir David Calcutt, quiso sacrificar el viejo Consejo de Prensa y estableció la nueva Comisión de Quejas de la Prensa (PCC, en sus siglas en inglés). Y si no hubiera estado atenta y trabajando eficientemente durante 18 meses, un tribunal establecido por ley –con capacidad para autorizar, prohibir y enjuiciar– hubiera ocupado su lugar. Como director de este periódico, lo viví muy de cerca.

Mi colega en la campaña por la libertad de prensa, Frank Rogers, estaba al frente de la Asociación de Editores de Prensa (NPA, en sus siglas en inglés). A Harry Roche, jefe ejecutivo del grupo Guardian, le habían convencido para recaudar los millones que eran necesarios para la transición a la nueva Comisión de Quejas de la Prensa. Yo subía y bajaba constantemente de la planta de dirección. Lo que nos lleva, con una mueca de disgusto, a lo que nuestro primer ministro llama de forma despreocupada “la industria”.

¿Cuál es el propósito de los sistemas de autorregulación? ¿Aferrarnos a ellos por miedo a algo peor –en este caso, Downing Street–, y todo lo que conlleva alrededor, desde nuevas leyes hasta periodistas comprados haciendo la ola? ¿Quiénes son los que más temen las nuevas leyes de protección a la privacidad? Los tabloides, que ven amenazado su negocio. Esta es la razón por la que David English del “Daily Mail” y –¡sí!– Rupert Murdoch movieron los hilos por detrás para que la Comisión de Quejas entrara en funcionamiento.

Entonces, ¿por qué demonios estaba “The Guardian” implicado en todo ello? Porque entendimos, con frecuencia por amarga experiencia, que no existe una ley para los tabloides y otra para el resto: mis archivos estaban llenos de demandas legales acerca de la privacidad de Robert Maxwell y otros. Todavía teníamos frescos los costes, muy altos y alargados en el tiempo, de defender contra Margaret Thatcher la publicación de “Cazaespías”. Y, en todo el mundo, la libertad de prensa se acaba con los “consejos de prensa” que ponen en marcha los Gobiernos.

Pero, ¿estaba “la industria” de acuerdo? Una parte –la del “Finantial Times”– no estaba muy entusiasmada ante la idea de ayudar al “Daily Star”. A “The Mirror” no le gustaba nada que apoyara “The Sun”, y viceversa. La prensa regional culpaba a la nacional. Los editores de revistas protestaban. Algunas voces muy duras dijeron: olvidaros de las comisiones, de los códigos y de todas esas cosas; si los políticos se quieren enfrentar a nosotros por casos individuales –como, por ejemplo, “la persecución” de Jeffrey Archer–, debemos plantarles cara. En cualquier caso, el “Sunday Sport” ya ha desaparecido. El consenso era, y sigue siendo, muy frágil.

Frank Rogers trabajó muy duramente. A principios de 1991, la Comisión de Quejas ya había nacido y estaba funcionando. No había abogados alrededor, porque la intención era que las reclamaciones se trataran de forma rápida y barata. Sí que había algunos directores, ya que las plantillas de los periódicos prestarían atención a lo que ellos decretaran. No había ni multas ni requerimientos penales. Y, en un mundo absolutamente imperfecto, funcionó de la forma que razonablemente se esperaba.

David Cameron defendía los logros de la PCC hace dos meses. Ahora, en una vuelta de tuerca que envidiaría Robert Mugabe, dice que está muerta (por no descubrir los hechos que en 2009 el poderoso MI5 no le mencionó antes de que nombrara a Andy Coulson su asesor de comunicación). Olvidémonos de la libertad de prensa cuando el 10 de Downing Street se deja llevar por el pánico. ¿Sería más fácil, por esta vez, poner en marcha una nueva regulación? No, sería más difícil. La Asociación de Editores de Prensa está debilitada. Los influyentes y los agitadores –desde el “Mail” hasta Wapping– están fuera de combate. La revolución digital sigue vendiendo la idea de que es la verdadera libertad de información aunque nadie la escuche. Incluso los periodistas más soberbios que han ridiculizado la Comisión, como aquellos que la han traicionado, no han pensado detenidamente acerca de lo que viene después.

Pero desde El Caribe y los Balcanes hasta el sur de África, todos esos países, que aplican una autorregulación de la prensa según nuestro modelo, estarán preocupados. ¿Se puede tirar a la basura una libertad por la que se ha trabajado y luchado tan duramente? Mirad este hueco y temed el vacío.

Artículo de Peter Preston publicado en Guardian.co.uk el 10 de julio de 2011

Artículo original

Traducción de Patricia Rafael

 

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