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José María Carrascal

José María Carrascal: honesto, independiente, tenaz y también valiente

Querido José María. En la hora de tu despedida, te escribo esta carta, devolución de una llamada tuya años atrás. Hacía mucho tiempo que ya no trabajábamos juntos y no nos unía vínculo profesional alguno. Sin embargo, levantaste el teléfono cuando una tragedia familiar me había sacado de golpe de los carriles por los que nos conduce la vida sin que nos demos cuenta de los precipicios que la bordean. Nunca olvidaré el bien que aquella llamada tuya me produjo y cómo me ayudó; lo digo aunque sea algo que a nadie más interesa, pero creo que muestra tu enorme calidad humana, la primera de las razones por las que te vamos a recordar quienes tuvimos la suerte de conocerte. Pero no la única, naturalmente.

Te puedo ver fácilmente trabajando de noche en tu pequeño despacho en la redacción de Antena 3 a principios de los 90, tan pequeño aquel despacho que apenas cabíamos las personas de tu equipo, preparando las noticias del informativo nocturno; primero, al filo de la medianoche; luego, al filo de la una; más tarde, al filo de la dos, y aún más tarde, en los últimos tiempos. Sin tirar nunca la toalla, a pesar de la evidente postergación en la programación. Menudo y frágil en apariencia pero sagaz, imperturbable, duro y tenaz. A alguien, en algún despacho lejos de la avenida Isla Graciosa de San Sebastián de los Reyes, le incomodaba tu independencia. La honestidad y la independencia no han sido ni son bien aceptados en este país.

Honesto, independiente, tenaz y también valiente. Como cuando decidiste sacar cada noche en el informativo las fotografías de los terroristas más buscados. Si no tenías miedo a quienes empuñaban armas, ¿cómo se lo ibas a tener a quien quería ganarte para sus espurios intereses? He ahí una lección para los periodistas de entonces y los de ahora: escribir, hablar pensando en las personas que nos han de leer, que nos han de escuchar y no en las esferas del poder.

Contabas que a tu vuelta de Berlín, en donde habías desarrollado parte de tu actividad periodística, esperabas que aquí en España la gente te preguntara por la caída del muro. Cuál fue tu sorpresa al comprobar que las crónicas que más se recordaban eran las que hablaban de los colchones de agua o los edredones nórdicos desconocidos en nuestro país por entonces. De Alemania a Estados Unidos, a donde llegaste en 1966 como corresponsal del diario ABC y de algunas emisoras de radio y desde donde nos contaste, entre otras muchas cosas, la llegada del hombre a la Luna. Y es probable que allí te hubieras quedado de no ser porque un buen amigo tuyo, Julio Iglesias, te animó a dejarlo todo, regresar a nuestro país y emprender la aventura de las televisiones privadas que arrancaban en la última década del siglo XX. La televisión te dará la fama, te dijo Iglesias. Y menos mal que seguiste su consejo. Para entender la fuerza de tu personalidad hay que recordar que arriesgabas tu carrera en un medio completamente nuevo para ti con 60 años ,¡la edad a la que muchos piensan ya en jubilarse!

Y a tu casa en Estados Unidos regresabas habitualmente cada verano por vacaciones; ese era un momento temible para los que nos quedábamos aquí. ¿Qué hacer para mantener las audiencias estratosféricas de tu informativo? Y siempre la misma respuesta, haremos lo que haría José María en cada caso.

Si nos daba miedo tu marcha casi nos asustaba más tu regreso. Siempre traías ideas nuevas que habías visto en las televisiones norteamericanas. Que si arrancar el informativo de pie en vez de sentado; que si sentado, pero de espaldas, y ahora me giro y digo buenas noches; que si, en vez de una imagen, cuatro a la vez en la pantalla partida; que si, en lugar de una imagen al derecho, una imagen cabeza abajo para captar la atención del espectador, y luego, la giramos. Mientras todos nos mirábamos con cara de pasmo, José Manuel Mesa, tu realizador de entonces, se ponía manos a la obra y buscaba las soluciones técnicas para hacer lo que querías. Siempre brillantes los dos. En comparación con eso, tus corbatas de colores eran, francamente, lo de menos. Y luego, tus comentarios, esos editoriales que captaban la atención de los espectadores estuvieran de acuerdo o no con sus contenidos. Por algo sería.

Y tenaz, como queda dicho. Quisiste ganar el premio Nadal y lo conseguiste con tu novela Groovy en 1972. Y no fue el único galardón como escritor y periodista: el Cavia en 1986 y el Luca de Tena en 2021, entre otros. Y trabajador hasta el último día, sin faltar nunca a la cita con tus lectores en ABC. La tarde del pasado viernes, cuando nos dejaste, encontraron en tu lugar de trabajo; y en torno a la televisión, numerosas notas con apuntes de actualidad, tal vez los mimbres de un nuevo artículo que, desgraciadamente, ya no podremos leer.

Te escribo, José María, esta carta que debí haberte entregado hace muchos años; y espero que, de algún modo, te llegue hasta el lugar en el que reposarán probablemente tus cenizas si se cumplen tus deseos de descansar bajo un árbol singular de la localidad leonesa de Folledo de Gordón, de donde era originaria parte de tu familia. Y si no te llega, no es grave. Recibiste en vida la admiración personal y el reconocimiento profesional de cuantos tuvimos el privilegio de conocerte y de trabajar contigo. Y eso, para un jefe, es mucho decir. Una vez más, como tantas, te nos adelantas y nos enseñas el camino. No te olvidaremos.

Carlos Ara

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