Fundada en 1895

Entrevista al Premio APM de Honor 2023

Jesús Duva: ‘Para mí, la precisión, el rigor y el dato concreto han sido siempre una obsesión’

31/01/2024

09:53

Escrito por: María Jesús García

Entrevista al periodista reconocido por la Asociación de la Prensa de Madrid con el Premio APM de Honor 2023, tras más de 40 años de brillante trayectoria.

La Asociación de la Prensa de Madrid (APM) ha galardonado al periodista Jesús Duva (Tordesillas, Valladolid, 1957) con el Premio APM de Honor 2023, que se otorga en reconocimiento a toda una vida profesional; en este caso, “dedicada el reporterismo”. El jurado valoró la trayectoria de Duva, ligada siempre “al periodismo de calle, a la búsqueda de la noticia, de sus protagonistas y a ‘vivir la noticia’”.

Duva comenzó su carrera muy joven, en el diario Pueblo, en el que fue reportero en Madrid para las ediciones regionales y en el que también fue pionero en la creación de la sección Laboral, una pequeña revolución para la época, en la que se ocupó de los conflictos obreros que no tenían cobertura en la prensa. Pero el grueso de su trabajo lo dedicó a las crónicas de sucesos, las cuales comenzó a publicar en el citado diario y posteriormente en el Ya, en el que ejerció durante diez años como jefe de sección. En 1987 se integró en el equipo de reporteros de El País, diario en el que permaneció más de tres décadas como corresponsal de Interior, jefe del suplemento de Madrid, responsable de Información Local y redactor jefe de Política y Sociedad, del suplemento “Domingo” y de la edición de fin de semana. Durante 18 años, también fue profesor en la Escuela de Periodismo de El País, en la que pudo compartir su vasta experiencia.

Además, es autor de varios libros, en los que relata algunos de los sucesos y homicidios más populares ocurridos en España, fruto de sus arduas investigaciones periodísticas. Y tiene previsto seguir escribiendo, porque como le gusta decir: “La historia de un país puede contarse a través de sus crímenes”.


- ¿Qué ha significado para usted este premio como reconocimiento a toda su carrera profesional?

- Me ha hecho muchísima ilusión, la verdad, sobre todo porque es un premio de los compañeros, de los periodistas, y es que yo soy periodista desde mi más tierna infancia. No sabía si lo conseguiría, pero quería serlo. A los 14 o 15 años mandaba cartas al director del periódico de Valladolid (aunque me publicaban una entre cien), dirigía la revista del colegio donde estudiaba y cosas así.

- Tenía clarísima la vocación.

- Sí, aunque en mi familia no les gustaba nada. Esto del periodismo no les parecía una profesión seria; pero me gustaba escribir y comunicar, y escribía donde me dejaban.

He sido como los geos, de primera línea de fuego, el que sale disparado. Siempre en vanguardia

- Hasta que aterrizó en el diario Pueblo, cantera de muchos de los periodistas más brillantes que ha dado este país. ¿Qué tenía ese periódico de especial?

- Sobre todo, que era un periódico de reporterismo, de la primera página a la última. Recuerdo que nada más entrar en Pueblo, en 1976, yo avisaba: “Hay una rueda de prensa”, y el redactor jefe me contestaba: “Que no, que nosotros no vamos a las ruedas de prensa, que aquí están prohibidas. Hacemos investigación, reporterismo, calle, las ruedas de prensa para las agencias”. Para mí, Pueblo fue muy importante, porque fue pionero, por ejemplo, en hacer ediciones regionales. Y yo estuve muy implicado en ello.

Empecé en Valladolid, al acabar segundo de Periodismo. Con un poco de cara dura, fui a la delegación de Castilla y León para preguntarles si me dejaban hacer algo. Tuve la suerte de que en verano la plantilla era corta y me dijeron que fuera por allí; “aunque de cobrar, nada”. Pero lo que yo quería era aprender. Así que me hinché a escribir. Hacía de todo: reporterismo, entrevistas…, y luego lo mandaba por Renfe. Aquello era casi como el correo del zar. Había que ir a las seis de la tarde a la estación y darle al revisor del tranvía un sobre con todo el material: textos y fotos reveladas. Un motorista iba a Atocha y lo recogía. Lo de ese verano me sirvió para venir luego al diario en Madrid y que me conocieran.

Jesús Duva, durante la entrevista, en la Biblioteca de la APM. Foto: APM

- Aquí, en Madrid, se convirtió en el reportero volante de todas las ediciones regionales.

- Sí, eso no existía, me lo inventé yo. En Madrid se controlaban todas las ediciones regionales (Andalucía, Aragón, Castilla y León…), y me integré en ese departamento. Se puede decir que nos adelantábamos un poco a los periódicos regionales. Por Madrid pasaba el alcalde de Sevilla, por ejemplo, para hablar con el ministro de la Gobernación, Fraga Iribarne; y me acercaba al ministerio, esperaba al alcalde y me enteraba antes de las noticias que los compañeros de los diarios sevillanos. Hacía mi notita, y al día siguiente estaba en la edición de Pueblo en Andalucía. Mientras que en El Correo de Andalucía tenían que esperar a que el alcalde llegara. He sido como los geos, de primera línea de fuego, el que sale disparado. Siempre en vanguardia.

- Y llegó el momento de la innovación con la sección laboral.

- Bueno, pensé: “Esto está muy bien (ya empezaba a cobrar algo a la pieza), pero soy un chico para todo; a ver qué me invento para engancharme en la redacción”. Entonces me di cuenta de que había una intensa explosión de la actividad obrera y nadie se ocupaba de eso, así que empecé a cubrir también muchas manifestaciones -ilegales, claro-, asambleas clandestinas, de Comisiones Obreras, UGT, CNT.

En Pueblo había una página que se llamaba “Vida Sindical”, pero que sólo se ocupaba de las actividades del ministro: inauguraciones y cosas así. Y yo decía: “¿Dónde está la vida obrera?”. Me infiltré ahí y empecé a meter, poco a poco, información sindical de verdad. Conocí a Marcelino Camacho, a Nicolás Redondo, a Matilde Fernández, que era la líder de UGT Químicas, a toda esa gente. Y todo ello, trabajando para Pueblo, que era el órgano oficial del sindicato vertical. Me miraban raro, como diciendo: “Este es un espía”. Y yo: “Que no, que sólo soy un chaval que intenta buscarse la vida en esto”.

- ¿No tuvo problemas por ello?

- Nada. Bueno, los únicos problemas eran tonterías; por ejemplo, que no se podía hablar de “obreros”. La palabra “obrero” estaba prohibida, porque sonaba a marxista, leninista… Había que llamarles “productores”. Los abogados del sindicato vertical, que todas las noches se leían lo que escribía, lo cambiaban. Por supuesto, no se podía citar a Comisiones, UGT, CNT, USO, ni a nadie de nadie. Era todo: “Fuentes de los trabajadores...”. Nunca se decía qué trabajadores, pero eran los sindicatos.

- ¿Recuerda la primera portada que firmó en su vida?

- Sí, claro. Tenía poco más de veinte años, 22 creo, en Pueblo, a toda página y en formato sábana: una foto del Palacio de Cibeles, donde estaba Correos. Había una huelga de Correos, llevaban tres meses sin repartir y nadie publicaba nada de esto en los periódicos. Fui el que empezó a publicar algo. La portada era una foto hecha por Miguel Garrote, con el patio, que es inmenso, lleno de paquetes, cartas…, una montaña que llegaba hasta la torre. Y debajo de la foto: “Un reportaje de Jesús Duva”, con mi fotito y la de Garrote. Cuando vi aquello, casi me da un infarto. Me quedé muy sorprendido cuando decidieron darlo en portada, pero pensé: “Algo está cambiando, ¿no?”.

Jesús Duva, en la sede de la APM. Foto: APM

- ¿Y cómo pasó a la sección de Sucesos?

- Bueno, me pasan. No quería, no me gustaba. Yo había, digamos, inventado una cosa y ya tenía las fuentes, ya conocía a los líderes sindicales, a los representantes. Y no estaba solo, había ya un equipito: estaba conmigo Julia Navarro, muy jovencita, y Morillo. Trabajé mucho en los despachos laboralistas, en los que obtenía la información, en el de la calle Fortuny o el de la calle Atocha. Y entonces, de repente, me dice el director: “Oye, que eso ya funciona, ahora necesitamos un chaval inquieto en Sucesos”. Pero yo no sabía nada de esos temas; además, me sonaba como de policías, gente chapoteando en sangre todo el día, bombas. “No te preocupes, que tú eres un chico listo y vas a aprender”, me dijo. Eso fue el 15 de enero de 1977, y a la semana, el 24 de enero, se produjo el atentado de los abogados laboralistas de Atocha.

Iba prácticamente todos los días al despacho de abogados de Atocha. Pensé que yo también podría estar muerto

- Sí, ¡vaya comienzo! ¿Qué recuerda de ese día?

- Como he contado otras veces, a mí me llamó alguien del despacho (nunca he sabido quién) desde una cabina de Antón Martín, muy agitado: “Oye, Duva, que ha pasado una cosa horrible, ven”. “¿Quién eres?”. “Que soy de Atocha, del despacho de Atocha”. “Pero ya no hago esa información”, le dije. “Que vengas pronto, de verdad”. Y se cortó. No le reconocí la voz. Se lo dije a Miguel Garrote, cogimos el coche y, al llegar, nos cruzamos con los dos primeros policías que bajaban en ese momento a informar por la emisora. Subimos, y nos encontramos todo el panorama que había allí. Lo que pensé es que yo también podría estar muerto, iba prácticamente todos los días a Atocha.

- Ha cubierto muchos crímenes, atentados… ¿Hay alguno que le haya marcado de forma especial?

- También he cubierto incendios, inundaciones…, pero sí, muchos crímenes. Si tengo que elegir uno, el de Alcàsser. Me parece un crimen brutal por cómo sucede. Supone un antes y un después en la criminalidad española. Hasta donde sé, asesinatos múltiples a lo largo de la historia ha habido muchos, pero que yo recuerde no se había producido nunca un triple asesinato de adolescentes que van a una fiesta, las secuestran y luego sufren ese terrible martirio y tortura. La muerte debió ser una liberación para ellas, porque era una cosa de mentes muy enfermas, de trastornados, drogadictos, gente sin escrúpulos, con una psicopatía. Y después llegó toda la revolución mediática que se formó en torno a ello, con el programa de Paco Lobatón.

- A su juicio, ¿qué debe hacer un periodista de sucesos para no caer en el amarillismo, para no traspasar esa línea tan fina a veces?

- Nunca he caído en el amarillismo. Siempre he sido muy riguroso, muy seco, muy al dato. Siempre muy obsesionado por los hechos, siempre con mucha precisión. Lo que más obsesionó a mí siempre es el rigor y la precisión. Por eso jamás me han condenado. Me han puesto cien mil querellas de todo tipo: de mafiosos, de terroristas, pero nunca he sido condenado. Porque yo tenía la prueba, el dato. Hasta que no lo tenía, no he sacado nada. Todo lo que salía, igual que en los libros que he escrito, estaba comprobado.

Mira, cuando apareció aquí en Madrid la primera “vaca loca”, aquella crisis de las espongiformes, era jefe de Madrid en El País. Viene el periodista y me trae toda la información, y le pregunto: “¿Cómo se llamaba la vaca?”. “Ni idea”, me contestó. “Pues, a buscar el nombre”. Y en la reunión para hacer la primera página, al director parecía que no le interesaba mucho este tema, hasta que le digo: “¿Sabes cómo se llama la vaca?: Endemoniada”. “¿No me jodas? Pues ahí hay una historia”. Mira si era importante el detalle y el dato. Y ahí está, en la hemeroteca: “Endemoniada, la primera vaca loca encontrada en Madrid”, eso es un titular.

Siempre he querido tener todos los datos. Tener cien, aunque aproveche diez. Quiero saber hasta el número de zapato del muerto o del asesino. Me dirás: “¿Para qué interesa el número del zapato?”. Me da igual, pero nunca se sabe. Me ha pasado muchas veces que el detalle o la anécdota era lo importante.

El periodismo de sucesos está viviendo una época de esplendor

Jesús Duva. Foto: APM

- Un periodista de sucesos está siempre muy cerca del sufrimiento, del dolor. ¿Ha de ser de una “pasta especial”?

- Sí. Como detalle, en Pueblo, los de sucesos éramos los que más cobrábamos, porque es una sección de especial penosidad. Especialmente en aquellas épocas, que todo se hacía de forma pedestre. Si había un incendio en Cádiz, tenías que agarrar el coche e ir a toda pastilla hasta allí, jugándote la vida. En invierno, a veces, hemos ido con más de medio metro de nieve, sin cadenas, auténticas locuras. Y luego, siempre llegas en momentos muy duros. Cuando no ves los cadáveres, ves a la madre. Debes tener una especial sensibilidad y empatía y saber cómo entrar en ese momento. A veces, llegábamos antes que la Guardia Civil; incluso se nos ha dado el caso de dar nosotros la noticia a la familia, lo cual era tremendo. Te presentabas en la casa: “Buenas, somos de Pueblo. “¿Y qué quieren ustedes?”. “No, que mire, que parece que su hijo ha tenido un percance; bueno, en realidad, ha muerto”. “¡Ay, Dios!”. Así pues, sí, debes tener capacidad de superar todo eso.

- Y en cuanto a las fuentes, para conseguir la información, ¿es más complicado?

- Todas las fuentes tienen su dificultad. No voy a quitar méritos a los compañeros de Economía o de Deportes. Pero en la sección de Sucesos tratamos con fuentes que manejan también información delicada -Policía, Guardia Civil, jueces, CNI-, y tenemos que convencer a los funcionarios que están obligados al secreto a que lo violen. Y siempre en el equilibrio, que es muy difícil, de ver qué se puede contar y qué no.

Además, tienes que ganarte la confianza de esas fuentes, que sepan que tú ni muerto vas a revelarlas. A veces, hemos sabido con mucha antelación operaciones que se iban a producir de anticorrupción, antidroga o antiterrorismo. Por ejemplo, yo conocía la caída de la cúpula de ETA en Bidart con dos meses o más de antelación, pero evidentemente no podía decir nada. Tienes que trabar esa relación de confianza y de complicidad, sellarla a fuego. Porque de eso depende tu trabajo también.

- ¿Cómo ha cambiado el periodismo de sucesos en estos 40 años?

- Después de haber pasado una crisis en la que, digamos, era minusvalorado o subestimado, ahora está viviendo una época de esplendor. Entre otras cosas, porque hay muchos programas en televisión que se dedican a esto: documentales, películas y todo el true crime. Todas las novelas que he publicado son true crime, basadas en hechos reales. A mí me llaman prácticamente a diario gente que hace documentales y series de televisión basadas en estos temas. Últimamente, por ejemplo, hice con Mamen Mendizábal el atentado de Aznar. Conseguí, en exclusiva, una autocrítica que hizo el comando de ETA, un escrito que explicaba cómo lo habían hecho, las vigilancias que hubo, por qué no acertó.

- En cuanto al periodismo de investigación, se trata de una disciplina que necesita tiempo, herramientas y mucha dedicación. ¿Cree que en la actualidad los medios apuestan por ella?

- Tal y como está el panorama ahora mismo..., creo que no. En general, y salvo honrosas excepciones, los medios no apuestan por el periodismo de investigación. La crisis, económica y de personal, y la celeridad con las que se tienen que sacar las noticias, no lo facilita. Yo estuve dos años investigando una de mis historias más queridas, la de los bebés robados. No solamente dedicado a eso, claro; pero iba sacándolo poco a poco en El País. Creé una microsección dentro de la sección “Vidas Robadas”, que luego fue el título del libro que escribí. Pero sí que en El País he tenido -y no yo solo, sino más compañeros- épocas de dedicarnos un mes a una historia. En el caso Malaya, por ejemplo, estuve un mes. Eso es un lujo.

Ahora, el problema no es que te prohíban informar, sino la opacidad que hay en muchas instituciones

- En sus investigaciones, ¿ha llegado a descubrir algo que fuera relevante para la investigación policial? 

- No, eso es muy de película, pero sí he anticipado alguna cosa. En el año 88, en la calle Sainz de Baranda hubo un triple crimen. Mataron a un matrimonio y a su sirvienta a cuchilladas. Así que me fui al anatómico forense, y en un rincón de la sala vi a una chica con mal aspecto, como de yonqui, y me pareció que tenía todas las papeletas para ser la asesina. Era un crimen típico de yonqui, cuarenta y tantas cuchilladas a cada uno, con el cuchillo jamonero de la misma casa. Y pregunté: “¿Quién es esa chica?”, hasta que me enteré de que era la sobrina de la sirvienta. Pensé: “¡Ya lo tengo!”. Fui a la brigada, en la Puerta del Sol, y le dije al jefe: “Creo que ya sé quién es la asesina”. “Los periodistas os creéis muy listos”, me dijo; si bien ellos ya la estaban investigando. Tardaron un mes en reunir las pruebas, pero fue esa chica y su novio. Desde el minuto cero coincidimos la Policía y yo. Al final, desarrollas olfato para esto.

Jesús Duva. Foto: APM

- Desde su punto de vista, en general, ¿ha avanzado la libertad de información en este país o es algo por lo que tenemos que estar luchando día a día?

- Creo que la libertad de expresión está actualmente en unos niveles muy altos. Y esta época de libertad nos ha costado mucho, como lo que contaba antes de que no se podía hablar de obreros, por ejemplo, ni de organizaciones consideradas ilegales que no tenían nada de ilegal. Pero sí, siempre hay que seguir luchando. Ahora, el problema no es que te prohíban informar, sino la opacidad que hay en muchas instituciones y la dificultad de tener acceso a la información. Las instituciones ponen muchísimas pegas; pero todas, eh, las públicas y las privadas.

Para ilustrarlo, uno de los últimos reportajes que publiqué en El País fue la historia de El Jaro, un delincuente juvenil al que mató un ciudadano a los 16 años, al lado del estadio Santiago Bernabéu. Era un pandillero, un chaval que por mí saltó a la fama como el líder de “La banda de El Jaro”. Cuando estaban atracando a punta de navaja a un ciudadano, un amigo de este se asomó a la ventana, lo vio, bajó con una escopeta y se lo cargó. Año 1977. Pues la Policía nunca, ni a mí ni a nadie, nos dijo quién había sido el autor del disparo y qué le había pasado.

Cuarenta y tantos años después, cuando iba a jubilarme, pensé en cerrar esta historia. Averiguarlo me costó tres o cuatro meses de duro trabajo, porque no conseguía acceder al sumario. Primero, averiguar el juzgado, después de tantos años. Cuando lo supe, me presenté allí, hablé con el juez, y me negaban el sumario siempre, escrito tras escrito. Por fin, hubo una “vistilla” y le dije al juez: “No me dé el acceso al sumario, simplemente dígame la última resolución que hay sobre el caso, ni nombres ni nada”. Al final, conseguí que me dijera que el caso fue sobreseído, que nunca se llevó a la audiencia de Madrid para ser juzgado. Ello me permitió contar que el hombre que mató al Jaro jamás fue juzgado. He tenido muchos éxitos humildes por ser tan cabezón, por pensar “¿qué fue de aquel?” y ponerme a revisar”.

- ¿Le localizó? ¿Estaba vivo aún?

- Sí, no quiso hablar conmigo, pero le localicé. Sólo pude publicar las iniciales, porque no había sido condenado. Todo esto viene por la dificultad de acceso a la información de la que hablaba. Yo le decía al juez: “Pero si es un caso prescrito, han pasado cuarenta y tantos años. En este país, ¿cuándo vamos a tener acceso a la información?”.

- ¿Y alguna otra noticia que se le quedara en el tintero y que le hubiera gustado dar?

- La de Antonio Anglés, claro. Que yo creo que está vivo. Me encantaría dar la noticia de que se ha localizado, vivo o muerto, me gustaría cerrar ese capítulo de las niñas de Alcàsser. Y otro asunto que se me quedó clavado fue el “tamayazo”, otra historia que me encantaría descubrir. Esas son las espinas que tengo.

- Se jubiló hace unos años. ¿Echa de menos el periodismo activo, el reporterismo de calle?

- No, porque como escribo libros… El último salió hace poco, El puñal de los celos, que forma parte de una colección muy interesante, y que recupera una idea en la que participé hace muchos años: hacer la historia de España a través de sus crímenes. Además, me siguen llamando para programas y entrevistas. Ahora, le ha dado a todo el mundo por los documentales de sucesos, tocan el pasado, y es raro que no salga yo por medio. Recientemente, además del atentado de Aznar, el incendio del rascacielos Windsor, el asesinato de la inmigrante Lucrecia Pérez…

- Con tantos criminales que ha conocido y sobre los que ha escrito, ¿ha sacado alguna conclusión sobre el ser humano? ¿Cree que todos podemos llegar a matar, por ejemplo?

- Sí, sí, todos podemos llegar a matar, todos, todos. Sólo hace falta que te pongan en la situación, el momento y las circunstancias. Más los hombres que las mujeres, es verdad. De hecho, las mujeres asesinas son muy minoritarias; pero todos podemos ser asesinos, sí, perfectamente.

Contenido relacionado:

 

 

 

Comentarios