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Jesús Pardo de Santayana Díez

Memoria ‘discreta’ de Jesús Pardo de Santayana

El 22 de mayo moría en una residencia de Madrid el escritor santanderino (Torrelavega, 1927) Jesús Pardo de Santayana, con 93 años. Periodista, traductor, memorialista, ensayista, novelista y poeta. Lector contumaz. Se leía a sí mismo con resonancia de la realidad grababa en su memoria como recuerdo imaginado de la vida. Dominó varias lenguas modernas. Aprendió latín, griego (para leer el Evangelio) y avanzaba últimamente con entusiasmo en egipcio. "¿Crees que se puede escribir bien sin saber latín?", me preguntaba. "Y griego", le decía yo. Para estudiarlas, escogía a autores representativos que eran ademásestímulo de escritura. Así fue, por ejemplo, la traducción de August Strindberg, de cuya obra hay ecos en novelassuyas como Cantidades discretas (1986) y especialmente en Rojo Perla (20114); o la del húngaro Endre Ady, corresponsal homólogo de prensa en París para medios de Budapest. Sus traducciones de autores ingleses, italianos, rumanos, suecos, daneses, son numerosas. En 1994 recibió el Premio Nacional de Traducción de Finlandia. Y antes, en 1966, el Ministerio de Asuntos Exteriores reconoció su actividad con la encomienda de la Orden del Mérito Civil.

Enviado a Londres en 1952 por el diario Pueblo y corresponsal de Madrid desde 1954, permaneció allí durante más de veinte años, hasta 1974. Londres abrió sus ojos a otra concepción de la vida. Pudo comparar las culturas española y europea en pleno período de posguerras y tensión fría con la URSS. Jesús Pardo ya entrevió las contradicciones soviéticas en 1969 (La crisis comunista en los países del este) y de zonas satélites: Conversaciones con Transilvania (1988). Su sentido del humor trascendía fronteras. En Moscú logró entrevistar a la Pasionaria convencida de que el Krenlin lo autorizaba y creyendoel servicio soviético de información que ella consentía. Le llevó una botella de jerez como regalo. "Tiene su gracia, ¿no?", sonreía irónico. Por las noches, sabiéndose vigilado, descolgaba el teléfono en la habitación del hotel y les recitaba un poema de García Lorca, “La casada infiel”.

Homero, Horacio, Virgilio, Tácito, Dante, Zola, Balzac, Flaubert (el yo como personaje y eje narrativo: Alberto Malalbear de las primeras novelas) y Edra Pound, son, entre otros autores, incentivos de su escritura. En Pound (tradujo los Cantos pisanos en 1960) veía la tradición del faber medieval hilada en ritmos modernos con voz entrecortada e imagen sintética del horizonte ahogado por el drama de la historia. Este fundido, casi cinético, sirve también de fondo en secuencias narrativas, como la historia medieval, precomunista, de Grunwald y su espejo nazi en Operación barbarrosa (1988).

Las dictaduras, comunista o fascista, lo inquietaban. Ya en Madrid, al morir Franco, una noche, en su vivienda de la Ciudad de los Periodistas, donde trasnochábamos a veces leyendo poesía,escuchando música y revolviendo la trascendencia, observé que tenía latas de conserva hasta en la bañera, colmada. "Jesús, ¿y esto?". "Por si hay una involución o revolución. Puedo resistir aquí encerrado veinte o más días", respondió. En aquellos años de Transición (1975-1978), cuando funda Historia 16, que dirige, desconfiaba del clima político. Prefería no figurar inicialmente en los créditos. Decía pagar al político para que, si llamaban de madrugada al timbre, fuera el lechero, no un policía.

Los personajes de Jesús Pardo pisan firmes la realidad. Proyectan siluetas de angustia con ansia y destino nunca sosegados: “In London I was a ghost”. Se mueven entre Bajas esferas, altos fondos, título de una novela de 2005. Sus modelos son las dos grandes comedias, la divina (Dante) y la humana (Balzac), más el reflejo de la lacra social y ambientes sórdidos de sus épocas respectivas (Zola). Vidas descompuestas y cumbres falaces, hipócritas. Su decadencia testimonia en el autor un resquicio de inquietud social y moral. Le turba la pobreza, vital, ética y anímica. Ante la primera, siente conmiseración; por las otras, repudio y desprecio. Esa tensión aviva el trasfondo de choque, discreto, más que de atractivo sexual, de los protagonistas y añora el verdadero amor por carencia suya en el ambiente familiar de Santander. La figura materna y real de la tía Cuca en Ahora es preciso morir (1982), su primera novela, adquiere entonces un halo galdosiano, Dostoievski en lontananza. De ahí procede también el pincel descarnado de Autorretrato sin retoques (1996), que retuerce el género biográfico y de confesiones sin ambages. Vierte estas en un ciclo inicial de novelas, la ya citada de 1982, Ramas secas del pasado (1984), Cantidades discretas (1986), Eclipses (1993), y en otro autobiográfico: el aludido Autorretrato, Memorias de memoria (2001), Borrón y cuenta vieja (2009). Estilo franco, directo, duela a quien duela, el autor de frente. Arcada delo vivido entre Santander, Madrid, Londres, brevemente Nueva York, prolongado con destinos de la Agencia Efe en Ginebra, Copenhague, otros con Cambio 16 en Moscú ylugares de Oriente Medio. Cada viaje engrosa su biblioteca, que llegó a ser tupida. Y del trasiego asoman cuadernos de relatos olvidados, los reunidos en De repente 90 cuentos al contado (2016).

Proyección autobiográfíca es asimismo la serie de novelas históricas centradas en el Imperio romano, otra pasión suya (“eterno como Roma”): Yo, Trajano (1991), Aureliano. El emperador que se hizo llamar Dios (2001) y La gran derrota de Diocleciano: el emperador que persiguió a los cristianos (2004). Jesús Pardo veía en la gramática latina la organización política, cultural, y especialmente militar de Roma.

Capítulo aparte, su poesía. Un poema singular, autofágico (EGOCUO), urgido por una identidad esquiva, el aura de la muerte, la sombra de Dios, cuya luz reprobaba y luego, tras crisis tardía, reconoce, e indagación estrujada del lenguaje. Gradus ad mortem (cuatro libros entre 2003 y 2012) y Ser / Inser (2014), en varias lenguas, tientan la presión inasible del tiempo. En 1997 reúne sus primeros libros (Presente vindicativo. Estrictamente epidérmico, de 1977, y Faz en las fauces del tiempo (Poemas 1976-1979), de 1983, con “Otros poemas”, en una Antología Final. Poemas 1949-1996. Posterior, más fluida, es la Fábula de los caballos sobre Londres (1988), poema no venal, apocalíptico.

En la vivienda de Jesús Pardo cubría el techo del dormitorio un espejo con las dimensiones de la cama. "¿Y este capricho?", pregunté. "Para verme envejecer cada mañana", contestó. Cuando lo vi por última vez en la residencia madrileña, la Nochebuena de 2019, la mente ya esforzada, le mostré un ejemplar de Ser / Inser. Lo reconoció: "Es mío". Y le leí un poema. Su memoria relumbraba: “Palpita en mi interior mi vida entera”.

Antonio Domínguez Rey
6 de octubre de 2020