Gabriel Carvajal Chinchón
Un caballero con y sin cámara
No quería que llegara este momento y lo he ido posponiendo, pero quiero escribirte, papá, queremos escribirte estas líneas de despedida mis hermanos y yo y, por supuesto, mamá. Por dónde empezar, es tan difícil.... Puedes emprender tu viaje tranquilo, porque has tenido una vida ejemplar. Has sido una persona buena con mayúsculas, con un gran corazón; excepcional, creo que es la palabra que mejor puede caracterizarte. A nadie, a nadie que te haya conocido le has dejado indiferente, ni a tu familia, ni a tus amigos, ni a tus compañeros de trabajo, ni siquiera a esas personas que pasaron circunstancialmente por tu vida les dejaste indiferentes; tu huella siempre permanecerá. Eres un ser de luz, seguro que esa expresión no te gustaría, pero es así; una persona culta, hecha a sí misma, muy leído (¡quién puede decir que se ha leído el Quijote varias veces!), instruido, tenaz, te copiaste un libro prohibido de la época de más de 500 páginas a mano, y absolutamente adelantado a tu tiempo, en fin, digno heredero de tu padre, nuestro abuelo, al que nunca tuvimos el honor de conocer. Su pronta e injusta partida, fruto de la represión fascista, cuando todavía eras un niño, te hizo madurar, responsabilizarte y luchar como un adulto junto a tu madre y a tus hermanas, a las que adorabas.
En esa posguerra creciste y empezaste a trabajar, llegando a ser un gran fotoperiodista (tú siempre dijiste fotógrafo de prensa) desde aquel 13 de febrero de 1945 cuando con 12 años te iniciaste en la profesión como “chico del magnesio” (dabas el encendiendo con una mecha de polvos de magnesio depositados en una cazoleta). No pudiste firmar tus imágenes publicadas en el diario “Ya” hasta 1960, antes de esta fecha siempre aparecía la firma del que fue jefe de la sección gráfica. Pese a todo, fuiste reconocido con innumerables premios, siendo el Premio Nacional de Periodismo en 1982, el colofón.
Ya sé que todo esto no te estará gustando, porque, si otra cosa eras, es humilde y no soportabas que nadie te halagara. Eras una persona solidaria, empática, sindicalista, que no te importó luchar junto a tus compañeros de talleres del periódico para que no lo cerraran a pesar de ser el único de toda la redacción. Eras idealista y, hasta el final de tus días, has defendido a ultranza tus ideas socialistas. Todos estos valores son los que nos has legado y, sobre todo, la libertad que nos diste para elegir nuestro camino, sin entrometerte, guiándonos, pero con un gran respeto a nuestras decisiones.
En estos saltos en el tiempo, no puedo dejar pasar lo más importante que te sucedió en tu camino, que fue encontrar a la mujer de tu vida, a mamá. ¡Qué pareja bonita! Tuviste buen ojo al fijarte en ella. Juntos formasteis una familia de 10, fuiste un marido nada convencional para la época, dedicado en cuerpo y alma a nosotros y a mamá, cooperando en las tareas del hogar hasta el último minuto que has podido. Incluso, estuviste en los paritorios cuando nacimos los tres, cosa que allá por los 60 no se hacía, pero así eras tú. Nuestra infancia no pudo ser más feliz y, aunque trabajaste muchísimo y no estabas mucho en casa, cuando estabas, nos regalaste hasta el último segundo de tu tiempo libre con toda tu generosidad. Nos levantabas por la mañana, nos llevabas al colegio, nos ayudabas con los deberes... nos diste toda una lección de vida, nos diste un bagaje cultural, un vocabulario extensísimo (estuvimos todo un verano los tres hermanos vía WhatsApp haciendo un inventario de palabras familiares, cultismos que nos enseñaste, palabras inventadas, expresiones y demás que nunca se acababa). pero sobre todo nos diste con tu ejemplo, con vuestro ejemplo, papá y mamá, unos valores a los que nunca renunciaremos y llevaremos como un estandarte toda nuestra vida. Eres un hombre honesto, fiel a tus principios, tremendamente cariñoso y lleno de amor.
Después, cuando por fin te pudiste prejubilar, eso fue una gran suerte, seguiste ayudando, cooperando y siendo un apoyo inquebrantable para mamá y para todos nosotros, incluidos ya tus nietos.
Podría seguir escribiendo sobre ti, horas y horas, pero como tú dirías, estos señores se querrán acostar... eso también te caracterizó: tu sentido del humor muy mordaz, cáustico.
Toca despedirse de ti y toca hacerlo como a ti te gustaría, mirando a tu partida de frente, sin miedo, con naturalidad; siempre nos lo dijiste, la muerte es algo natural, como la vida, no hay que tenerla miedo. Toca despedirnos desde tu agnosticismo, que, como también nos explicaste, tiene mucho valor, porque no se espera una recompensa final a tu buen hacer en la vida, no esperas ninguna clase de premio. Has tenido una partida en paz, dejándonos un legado extraordinario. Esperamos estar a la altura y que allá donde estés, puedas sentirte orgulloso de nosotros. Hasta siempre, amigo; hasta siempre, marido; hasta siempre, papá; hasta siempre, abuelo. Hasta siempre, Gabriel Carvajal Chinchón. Vivirás en nuestros corazones. Un millón de gracias por habernos dado el privilegio de caminar en la vida junto a ti. ¡Te queremos!
Laura Carvajal de Luz
8 de enero de 2022