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Julio Merino González

Fallece Julio Merino, apasionado historiador y escritor y, sobre todo, orgulloso periodista

En su biografía oficial se suelen enumerar sus orígenes carteyanos (Nueva Carteya, Córdoba), su obsesión por resaltar las que él denominó la “cuatro columnas”, las figuras más relevantes que la ciudad aportó a la Historia de la Cultura, Ossio, Maimónides, Averroes y Séneca, este último tan asentado en la memoria colectiva de la ciudad que hasta sirve para caracterizar el perfil de los cordobeses, frente a otras ciudades andaluzas. O Napoleón, de quien intentaba tener en su biblioteca todo lo publicado y actualizadas las noticias que sobre él han ido a saliendo a la luz en los últimos tiempos. En definitiva, su pasión por la Historia, de todas las épocas y de todos los lugares.

Sus premios, el Nacional de Teatro, el Nacional de Ensayo, el Juan Valera y algún otro más, incluyendo en esta apresurada enumeración, su vinculación como miembro de la Real Academia de Córdoba.

Pero entre todas las facetas, la que más orgullosamente ostentaba era la de periodista. En un momento, en el que aún no estaba muy clara la forma de acceder a la profesión, en los tempranos años 60 del pasado siglo, llegó a la Escuela Oficial de Madrid, germen de lo que luego sería la Facultad de Periodismo en la Universidad Complutense. Siempre hablaba con emoción de la articulación de las prácticas de varias promociones que llevó a cabo durante un tiempo, antes de ingresar en la que no sólo para él fue la gran escuela profesional, la redacción del extinto diario Pueblo, dirigido por el entonces todopoderoso Emilio Romero, junto a un “elenco” de celebridades, que hoy se consideran maestros del gremio, muchos de ellos activos en mayor o menor medida o directamente en primera línea, hasta que les vencen sus propias fuerzas físicas, como ha sido su caso, dictando artículos -porque ya no le daba su vista de voraz lector, ni sus dedos de prolífico escritor, para manejarse con los teclados modernos de ordenador- y colaboraciones hasta casi mientras entraba en las urgencias del hospital de la Cruz Roja, donde finalmente ha fallecido de una insuficiencia respiratoria, que le tenía ya muy mermado.

Como persona entre dos siglos, le tocó lidiar con los cambios que se han ido produciendo hasta convertirse en el mundo globalizado de hoy en día. Le ha costado asumir el papel polivalente de la mujer en la sociedad actual, más allá de su ubicación en el hogar familiar, la multiplicidad de opiniones frente al pensamiento único al que estaba acostumbrado y a la diversidad en todos los aspectos de la vida…; pero, al final, no le quedó otra, porque todas esas transformaciones las ha vivido en su propia casa y creo que su máxima “claudicación” -aunque quiero creer que con sincero orgullo- fue alardear de que había sido sobrepasado en conocimientos y erudición por sus hijos.

Viniendo de quien venía, tan exigente desde el punto de vista intelectual y culturalmente hablando, era ese reconocimiento el verdadero elogio y así quisiera honrarle al final, cuando se hacen más ostensibles las palabras con las que el espectador se encuentra al pie de la pintura mural de Masaccio en la iglesia dominica de Santa María Novella de Florencia:

Como tú eres, yo fui
Como yo soy, tu serás


Esther Merino Peral

Profesora Titular de la Universidad Complutense de Madrid
24 de enero de 2025

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