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Virgilio Hernández Rivadulla

Muere Virgilio Hernández Rivadulla, medio siglo de motor en ‘Marca’ y una biografía volcánica

Fallecido el 6 de abril, a los 97 años. Asociado de honor, con el n.º 3. Ingresó en la APM en 1952

 

Hernández Rivadulla, en el 75 aniversario de 'Marca'. Foto: Chema Rey / 'Marca'

Virgilio Hernández Rivadulla era un hombre de acción, y lo fue desde su nacimiento en 1921 hasta su fallecimiento, hoy [6 de abril], pocos días antes de cumplir los 98 años. En su biografía figura casi medio siglo al frente de las páginas de motor de “Marca”, de los 40 a los 80, unos años en los que se pasó de un parque móvil movido a gasógeno a tener el coche como símbolo de desarrollo, y en los que se pasó de esa inexistencia del motor a tener a Ángel Nieto como bandera deportiva del país y comenzarse a acoger grandes premios de motociclismo y Fórmula 1. Pero no “solo”.

En las páginas de “Marca” y a través de ellas, Virgilio Hernández informaba y también actuaba. De hecho parecía preferir lo segundo, de acuerdo a una de sus máximas –“mejor no leer mucho la prensa, aquí pagan por escribir, no por leer”, cuentan los veteranos que decía–. Y acompañaba sus informaciones como gestas como dar la vuelta a España en Vespa, o saludar el lanzamiento del Seat 124 recurriendo con él todas las capitales de provincia de España en 124 horas.

Y es que Virgilio Hernández Rivadulla, hombre “Marca” desde la primera hora, fue un hombre de acción digno de Pérez Galdós o Pío Baroja. Nació el 28 de abril de 1921. Cuando estalló la Guerra Civil tenía poco más de 15 años y pasaba por poco de los 20 cuando quiso enlazar una guerra con otra y se presentó en la Unión Soviética como miembro de la División Azul. Era falangista. Falangista exaltado, del sector más abiertamente fascista, que seguía reclamando la Revolución Pendiente ante el triunfo del clásico conservadurismo español patrocinado por Franco. Quizá también llegara a la División como forma de expiar “pecados” y ganar confianza política, pues solía decir que antes de en Falange había militado en la UGT –y en efecto, durante la guerra civil no pocos pasaron del socialismo y el anarquismo al falangismo. Con sorna se referían algunos a la Falange como la “Failange”, ante la cantidad de antiguos miembros de la FAI que cambiaron de lado, por convicción o conveniencia–. Pero consideraciones políticas aparte, hablando de Virgilio Hernández Rivadulla hay que señalar que fue una de las personas que “consiguió”, probablemente de forma involuntaria, pero evidente, que España no se aliase activamente a Hitler y en la II Guerra Mundial.

Virgilio fue un hombre de su tiempo, y su tiempo fue la turbulenta España que de 1800 a 1939 vivió cuatro guerras civiles declaradas, algunas contiendas exteriores y gran número de incidentes y algaradas que, normalmente, enfrentaban a las Dos Españas. Una sociedad en la que la violencia era habitual y la acción se valoraba muy por encima de la reflexión. Su militancia falangista ya le había valido una condena a muerte, y de su volcánica personalidad da idea el hecho de que al acabar la contienda, en vez de disfrutar de las relativas mieles del triunfo –la corrupción consentida y las prebendas fueron el sistema habitual del franquismo para aquietar las voluntades rebeldes de su propio bando– se alistara inmediatamente en la División Azul. Fueron varias las motivaciones que animaron a sus voluntarios. Estaban quienes trataban de “hacer méritos” para hacer olvidar un pasado dudoso o ganar peso en el sistema (el director de cine Luis García Berlanga se alistó para tratar de influir en el proceso de su padre, condenado a muerte), pero parece claro que Hernández Rivadulla participó en la agresión a la URSS y en el criminal sitio de Leningrado para continuar con su guerra contra el comunismo y hacer ganar prestigio a una Falange que todavía “debía” hacer en España una revolución contra el franquismo conservador.

Y la guerra la hizo a conciencia. La División Azul quedó estacionada como apoyo al dispositivo alemán en el frente de Leningrado, correspondiéndole defenderlo desde la retaguardia de los contraataques soviéticos. A Rivadulla se le encuadró en la Compañía de Esquiadores, que debía estar de patrulla constante contra los intentos de infiltración. A esa compañía y otras unidades se encargó en enero de 1942 socorrer a una unidad alemana cercada: fue la batalla del Lago Ilmen, en la que fueron baja 192 hombres de los 206 que la iniciaron. Y a la que Virgilio y otro compañero se incorporaron voluntariamente, porque ambos estaban de permiso en la retaguardia cuando se inició la acción y, al enterarse de que su unidad partía al combate, cruzaron el frente como pudieron para incorporarse al grupo.

Sabido es que aún en 1942 Hitler y la Alemania nazi tenían esperanzas de incorporar a su bando a España. Para ello pensaban contar con el apoyo del germanófilo superministro Ramón Serrano Suñer, cuñado y mano derecha de Franco en la primera posguerra, y de los sectores más fascistas de Falange. La estrategia pasaba por un golpe de Estado en el que el brazo armado serían los elementos de la División Azul relevados y devueltos a España con prestigio y armamento.

El 16 de agosto de 1942, Virgilio Hernández Rivadulla, que había vuelto a España con los primeros relevos de la División Azul, se encontraba con un grupo de falangistas en las proximidades de la Basílica de Begoña, en Bilbao, donde se celebraba un acto de homenajes a los requetés caídos (carlistas, católicos integristas, reciamente conservadores y grandes adversarios políticos de Falange) con la presencia del ministro del Ejército, el general Varela. Los asistentes al acto y los falangistas se enfrentaron verbalmente y los segundos lanzaron dos granadas de mano contra los primeros. Una de ellas estalló y hubo varios heridos.

El Ejército protestó por lo que consideró un atentado de Falange contra el ejército, pues de la investigación se siguió –al menos así se presentó en el juicio– que los hechos estaban planificados y la huida preparada. Y de los hechos se siguió que Serrano Suñer abandonó el Gobierno, con lo que Falange perdió todo peso político y se alejó definitivamente la posibilidad de que España apoyara activamente a la Alemania nazi. A disgusto probablemente de los falangistas de Begoña, pero gracias a su acción. De ellos, Juan Domínguez Muñoz fue fusilado y a Hernando Calleja se le conmutó una condena a muerte. Virgilio Hernández Rivadulla fue encarcelado pero, falangista al fin y al cabo, se le aplicaron beneficios penitenciarios y salió de prisión.

Después, Virgilio Hernández Rivadulla inició su carrera periodística. Funcionario del Estado, realizó también una fructífera labor en el campo del turismo deportivo. Descanse en paz una persona que fue testimonio de una época.

Fernando M. Carreño / ‘Marca’
Publicado originariamente en ‘Marca’
6 de abril de 2019