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José Ramón Nadal Moxó

José Ramón Nadal, “in memoriam”

Al amigo, al maestro, al jefe, al colega, a una persona, en el buen sentido de la palabra, buena

Seguro que desde donde quiera que esté en estos momentos esbozará esa sencilla y tranquila sonrisa que le caracterizaba, viéndome escribir estas líneas en su recuerdo desde la habitación de un hotel en Trípoli. Él, que me dio el empujón para iniciar una carrera en televisión que me ha traído hasta aquí. Él, que no fue solo mi jefe cuando entré de becaria en la tele, sino también mi maestro, y que continuaría siéndolo cuando meses después volví como contratada. Supo despertar el gusanillo televisivo en mí, despertar la pasión que él sentía por ese mundo, y lo hizo con infinita paciencia.

Todavía me rio -y lo hicimos juntos muchas veces- recordando mi primera pieza para un informativo. No recuerdo el contenido pero sí que me hizo leerla en voz alta un par de veces. Yo me quería morir, temiéndome lo peor. Pero lo que ocurría es que le sorprendía que no me ahogase leyendo medio folio sin un solo punto y con muchas subordinadas. Resulta que escribía en castellano como si fuera en alemán y, al parecer, mi mente bilingüe podía leerlo sin ahogarme. O igual sólo fue una casualidad. En cualquier caso, me dijo muy serio, pero sonriendo al mismo tiempo, que tenía por delante la doble tarea de aprender a escribir para televisión y en español. No me dejó de la mano en ese aprendizaje, de jefe pasó a ser maestro, a enseñarme todo lo que sabía de televisión, de sus viajes, del mundo que tanto me apasionaba y que tanto le apasionaba a él.

Al final, mi jefe, mi maestro, había conseguido que me enamorara de la televisión, que me entusiasmara aunar imagen y texto. Ocho meses después volví como contratada al Buenos Días, a internacional, y de nuevo con José Ramón Nadal como mi jefe. Más de treinta años después no sé si se lo supe agradecer lo suficiente en vida y espero que siempre se sintiese orgulloso de esa becaria que un día llegó a la redacción pensando que la tele no era lo suyo.

Podría escribir líneas y líneas sobre su carrera profesional en TVE. Fue redactor, reportero internacional, jefe, en muchos programas y diarios informativos, y vinculado sobre todo a las que estoy convencida eran sus dos pasiones: internacional y cultura. Pero no quiero centrarme en cargos y puestos que no son sino datos que se pueden consultar y encontrar con facilidad. Lo que quiero es destacar la huella que ha dejado en todos los que le conocimos y compartimos trabajo y amistad con José Ramón o Joserra, como le llaman muchos.

Cuando me enteré de que se había ido a su último viaje, me sentí desolada, empecé a deambular por casa sin poder creerlo y sentí la necesidad de compartir en Facebook con mis amigos -muchos, compañeros y amigos también de José Ramón- lo que él había significado en mi vida profesional y personal. Fue un texto corto que pronto se vio ampliado por múltiples comentarios que empezaron a componer un maravilloso cuadro que refleja cómo era José Ramón Nadal. Se percibía claramente la tristeza que invadía a todos, la incredulidad ante la partida de una gran y buena persona, un hombre tranquilo, sencillo, culto, sincero, callado, honesto, discreto, humilde, prudente. Estos fueron algunos de los calificativos para recordarle. Una persona especial, buen profesional y humanamente intachable, decía un comentario. Era de lo mejor que hemos tenido en esa casa (TVE), se leía en otro. Un hombre cabal y un buen compañero, un hombre estupendo, un compañero entrañable, una persona maravillosa y un compañero ejemplar. Un gran hombre, un gran maestro y excelente periodista. Gran conversador, amable, inteligente, acogedor, sabio, cálido, con un gran sentido del humor. Buen padre, buen hermano, buen marido, buen amigo, gran colega, sereno, cariñoso, un ser de luz.

Todos esos comentarios hicieron que empezase a sentirme acompañada en la tristeza, la soledad y el vacío que se sienten cuando se pierde a un ser querido y al mismo tiempo me hacen sentirme feliz de ver lo mucho que se le quería y admiraba, comprobar que habíamos tenido la suerte de haber conocido a un gran ser humano, todo un ejemplo para todos. Nunca le oí hablar mal de nadie ni a nadie hablar mal de él.

Decían que iban a echar de menos, además, la buena música que compartía en Facebook, era un melómano, y la descripción de sus viajes, su fotografía o su amor a la naturaleza, sus comentarios. Algunos de hecho ya lo habíamos hecho en las semanas anteriores a su partida pero pensamos que había desconectado por un tiempo de las redes sociales y que estaría disfrutando de la naturaleza y de la familia en su amada Sanabria.

Es difícil no sentirse orgullosa de haber tenido la suerte de tener un jefe y un amigo así en la vida. Me transmitió tanta pasión por la televisión que consiguió que, terminadas las prácticas después de tres meses, sólo me planteara mi futuro como periodista en TVE. Pero lo mejor eran las conversaciones con él, poder compartir las ganas de viajar, de ir más allá de las fronteras para contar historias. Y su pasión por la buena música. Seguro que fue el quien eligió la colección de vinilos de música clásica que me regalaron los compañeros en mi boda y que conservo como oro en paño.

Fue mi maestro en televisión, más allá de ser mi jefe, el mejor que nadie se puede plantear tener cuando empieza. De aquellas noches en la redacción del Buenos Días, que para mí fue la mejor escuela, surgió una amistad para siempre. No se ha ido, solo se nos ha adelantado en ese viaje sin retorno en el que seguro nos reencontraremos para seguir hablando de viajes, de música o de la naturaleza. Y de su familia, su mujer, Sandra, y sus hijos, María, Alejandro y Thais a los que tanto adoraba y tanto quería.

Nunca le olvidaré, porque es imposible olvidar a alguien como José Ramón, siempre le llevaré en el corazón y en esa maleta de sueños cumplidos que vamos llenando poco a poco a lo largo de nuestra vida. Porque él me impulsó y ayudó a cumplir uno de ellos, mi sueño profesional. Tuve la enorme suerte de tenerle como jefe en un momento crucial que determinó mi futuro como periodista y de alguna manera, mi vida. Confió en mí y me hizo confiar en mí misma, me enseñó y me hizo creer en que podría ser una buena periodista. Mucho de lo que soy profesionalmente hoy se lo debo a él.

¡Adiós, amigo! ¡Hasta siempre, Joserra! Gracias, José Ramón, por haber estado siempre ahí y por creer en mí.

Pilar Requena
10 de diciembre de 2020

 

José Ramón Nadal (2-03-1948/22-11-2020)

El 22 de noviembre de un olvidable 2020, perdimos a mi padre, José Ramón Nadal. Se marchó sin poder decir adiós, en silencio, como era él, tan poco dado a hablar sin motivo.

Nació en Barcelona, y desde muy chico expresó su amor por la música y la escritura. Su vocación le llevaría hasta Madrid para estudiar Periodismo, carrera que ejerció con pasión a lo largo de toda su vida, trabajando como reportero para míticos programas como Vivir cada día o En Portada, y como redactor de Informativos para TVE española, como especialista en política internacional y cultura.

Hasta aquí la anécdota profesional, pero... ¿cómo era mi padre?

De niña me lo imaginaba como un aventurero, un viajero allende los mares que recorría medio mundo, micrófono en ristre, para informar sobre lo que pasaba, y al que esperábamos con los brazos abiertos cuando aparecía lleno de regalos curiosos e historias increíbles.

Ya de adolescente, mi padre era una figura que nos imponía por todo su saber y al que tratábamos de alcanzar sin éxito, sin darnos cuenta de que su enorme simiente de amor ya había aflorado en todos sus hijos. En Alejandro a través del gusto por documentar e informar, en María en el amor por la danza y por último en mí, autora de estas líneas, a través de los libros.

Todo eso nos daba mi padre sin nosotros apenas darnos cuenta, pero cultivándonos a través de la música, el cine o la literatura que habitaba en casa.

Más adelante vendrían horas extenuantes de trabajo en las que mi padre dormía por las mañanas para dedicar las noches a los informativos, pero en las que pudo asistir también a nuestro desarrollo profesional con cierto orgullo, aconsejándonos y apoyándonos en todo momento.

Y ahora que ya no está, sé que vamos a echar muchísimo de menos su voz grave, tan bella, sus palabras llenas de conocimiento y sabiduría, pero sobre todo sus silencios, porque mi padre expresaba más cuando callaba. Nunca le gustó ser el protagonista, tan discreto, tan tímido, tan humilde que nos sorprendió ver todas las palabras de cariño que sus compañeros de profesión tuvieron para con él después de su muerte, elogiando lo buen compañero que era, lo mucho que les ayudó en sus carreras, su generosidad, su buen hacer como profesional...

Porque todo eso era mi padre, una brisa cálida, apenas perceptible, pero que a todos nos cambió de una manera u otra, sin hacer ruido.

Hasta siempre, papá.


Tais Nadal
10 de diciembre de 2020