Fernando Múgica Goñi
Fernando Múgica, el último reportero ‘clásico’
Sáhara español. Año 1975. Una jovencísima Christine Spengler se acerca a un fotógrafo que retrata a un legionario que duerme al sol en mitad del desierto, con la espalda desnuda y llena de tatuajes.
- Hola. Me gustaría ser fotógrafa como tú. ¿Qué debo hacer?
- Tienes que hacer fotos y mándalas a la agencia Sygma de París. Te daré la dirección. Entonces ya serás fotógrafa.
Aquel tipo con barba rubia y ojos azules era Fernando Múgica. “He conocido a muchos fotógrafos durante mi vida”, afirma Spengler. “La mayoría eran ególatras e individualistas. Una vez conocí a uno en el Sáhara que no lo era. Se llamaba Fernando”. Aquel encuentro lo recordaba bien el fotoperiodista navarro: “Tengo aquel momento grabado en mi memoria. La chica francesa. Años después, en un viaje al Líbano, recuerdo que me dieron en el avión la revista ‘Paris Match’. La portada era una fotografía de Christine. Trabajaba en la misma agencia que yo. Me alegro mucho de haberla ayudado”.
Hoy Christine Spengler es un mito del fotoperiodismo gracias a aquel gesto. La anécdota ilustra bien el perfil humano de un reportero de leyenda. No es la única. El escritor Arturo Pérez-Reverte compartió con Múgica 20 años de trabajo, guerras, aventuras y respeto: “Con la muerte de Fernando se nos va el último gran clásico del periodismo español. Nunca perdía el sentido del humor, incluso en las situaciones más trágicas o peligrosas. En el Sarajevo asediado por los serbios nos enteramos de que llegaba al hotel Holiday Inn en un avión y fuimos a por él en el Nissan blindado. Cuando íbamos de vuelta comenzaron a caer bombas a un lado y al otro de la calle. El conductor empezó a acelerar y a esquivar los morterazos a 180 kilómetros por hora en una ciudad a oscuras. Fernando iba detrás, de lado a lado. En aquel momento dijo: ‘Esto lo habéis montado vosotros para acojonarme, ¿no?’”.
El más joven de los mayores
El fotoperiodista Gervasio Sánchez lo recuerda como uno de los últimos veteranos de la célebre “tribu”. “Formaba parte de aquella generación de periodistas que habían informado sobre la guerra mítica [Vietnam] como Manu Leguineche o Diego Carcedo. El más joven de todos ellos. Conocí a Fernando hace más de 25 años cuando yo empezaba mi carrera profesional”. Líbano, Irán, Chad, Liberia, Sudáfrica, Irak, Camboya, Colombia... Pocos reporteros atesoran más chinchetas en el mapa que Colodión, como le llamaban sus compañeros de “La Gaceta del Norte”.
Ramón Lobo, reportero durante décadas del diario “El País”, también comparte con Múgica parte de su geografía vital: “Fernando siempre contaba una anécdota de su primera cobertura. Siendo un adolescente viajó a la guerra de Vietnam por su cuenta, con una mochila. A su vuelta, después de haber publicado muchas crónicas, llegó a Barajas. Había 400 personas esperando en el aeropuerto. Pensó que era por él. Cuando se enteró de que esperaban a algún actor o algún cantante, tuvo una lección de humildad, una cualidad que ya nunca abandonó”.
Una leyenda en Vietnam
“Cuando empecé a hacer fotos me produjo una gran emoción encontrarme con alguien que había estado en la guerra de Vietnam y había cubierto la retirada estadounidense”, recuerda Gervasio Sánchez. Así fue: Múgica formó parte del pasaje de uno de los últimos helicópteros cargados de yanquis que salieron de Saigón en 1975.
“Cuando lo conocí, dedicó más tiempo a alabar mis trabajos primerizos que a hablar de sus fotos. Me pareció un profesional humilde y amable que le gustaba iluminar el camino de los que empezábamos”, recuerda el fotoperiodista Gervasio Sánchez.
“Fue mi primer jefe cuando empecé como corresponsal. Me reconfortaba hablar con él porque sabía perfectamente por lo que estabas pasando, pero no te dejaba que te tomaras demasiado en serio”, rememora David Jiménez, corresponsal en Asia durante 17 años y director de “El Mundo” [en el momento de este escrito]. “Un día, en Afganistán, me dijo que me cuidara mucho y, cuando iba a largarle un rollo sobre el coraje periodístico, respondió: ‘Digo que te cuides de las tartas del hotel, que te mandan al baño y luego no mandas la crónica a tiempo’”.
Múgica era experto en robar toallas de los hoteles y en burlar la censura en los aeropuertos más peligrosos. Daba el cambiazo al carrete y entregaba uno sin usar a la policía mientras que el rollo con el reportaje ya viajaba a salvo en el equipaje de otro pasajero.
Vínculos fuertes
Pérez-Reverte recuerda que “Fernando era el único al que permitía usar mi teléfono satélite de TVE para mandar sus crónicas a ‘El Mundo’. Los vínculos eran fuertes entre nosotros como lo eran con Márquez [su camarógrafo], Alfonso Rojo o Julio Fuentes. Su humor vasco, su nobleza y su cordialidad nos unieron”.
Gervasio Sánchez también destaca ese hilo invisible entre ellos: “Nos hemos visto en múltiples ocasiones, demasiadas veces en funerales de amigos como Julio Fuentes, José Couso, Ricardo Ortega. Siempre arropando a los familiares y amigos golpeados por el duelo. Aunque él estuviera tan golpeado como los demás. Así era Fernando: un hombre bueno que siempre se preocupa de los demás sin darle importancia a sus propias fatalidades”.
Durante los últimos años de su carrera, ejerció su magisterio como profesor de fotografía en el Máster del diario “El Mundo”. Fernando llevaba colgadas sus viejas Leica para enseñar a los alumnos el funcionamiento de la fotografía analógica, el inicio de todo, antes de pasar a las digitales. Alguno de aquellos estudiantes disfrutó del préstamo de aquellas cámaras legendarias como su dueño: “Estos trastos te obligan a mirar. Dentro de dos años me las devuelves y me enseñas las fotos que hayas hecho”. A la vuelta, las revisaba una a una, sin ser demasiado duro pero, a la vez, sin dar palmaditas gratuitas en la espalda: “Esto puedes hacerlo mejor. Intenta llegar más lejos”, decía.
Javier Espinosa, corresponsal en Asia de este diario [“El Mundo”], recuerda una escena en la guerra de los Balcanes: “Fue él quien consiguió calmar a un soldado croata que parecía decidido a escarmentar a un jovencito alocado que no había respetado el control militar y pretendía adentrarse en Mostar sin permiso. Me contó que había tenido que gritar al uniformado cuando ya se encontraba rodilla en tierra y apuntando su fusil para que no la emprendiera a tiros con mi vehículo”.
Con el cuerpo lleno de billetes
Múgica viajó hasta Sierra Leona, con fajos de billetes repartidos por todo el cuerpo, para pagar el rescate de Javier Espinosa, secuestrado allí por un grupo rebelde. Finalmente no hizo falta sobornar a nadie porque Espinosa se autoliberó tres días después.
“Siempre he sido de la opinión de que existen dos clases de reporteros de guerra: los que habían estado en Vietnam –como Fernando– y el resto. Pero precisamente por eso, porque había vivido experiencias inigualables, Múgica nunca alardeó de ello. Resultaba tan complicado arrebatarle alguna historia de Vietnam que al final tuve que contentarme con leerme sus vivencias cuando se cumplían los consabidos aniversarios y le hacían escribir para recordar esas fechas o daba alguna entrevista. Formó parte del reducido grupo de informadores que arriesgó su vida en ese conflicto y, como él mismo dijo, contribuyó a ponerle fin ‘a costa de muchos compañeros muertos’”.
La reportera Mónica G. Prieto describe a Múgica como un hombre que “disparaba sus consejos profesionales con el tono reposado de quien los ha aprendido a fuerza de hambre, de sueño y de miedo por su vida. Pocas veces presumía, sin embargo, de su experiencia. Como si su cobertura del conflicto de Vietnam no fuera suficiente carta de presentación”.
Arturo Pérez-Reverte cierra el retrato de Múgica sobre la azotea del Holiday Inn de Sarajevo. “Estábamos los reporteros charlando allí cuando comenzó un bombardeo serbio. Nos quedamos mirándonos, en plan a ver quién es el acojonado que se va el primero. Fernando, con el cuello del abrigo subido, comenzó a dar vueltas en dirección hacia la puerta bailando y canturreando: ‘Nos van a dar una somanta de hostiaaas...’”.
Alberto Rojas / “El Mundo”