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Carmen Clara Rodríguez Alonso

Periodista honesta y comprometida, compañera bondadosa y generosa

Carmen Clara Rodríguez Alonso nunca se rendía. Luchaba por lo que creía justo y no paraba hasta alcanzarlo. Se desvivía por lo que hacía. E hizo mucho. Yo la conocí como profesora en la Universidad Antonio de Nebrija de Madrid. Impartía clases de Lengua y Comunicación, enseñando a sus alumnos técnicas de redacción. Para los que teníamos vocación, pero aún no disponíamos de las herramientas, fue un gran referente. Aquel vídeo que nos mostró en el aula sobre cómo se trabajaba en la Agencia Efe fue determinante para que tuviese claro en qué medio quería empezar mi carrera. “Es la mejor escuela”, me decía, “pero tienes que esperar a estar en cuarto de carrera para poder entrar a realizar las prácticas”.

Y eso hice. En cuarto de carrera volví a coincidir con ella en la agencia de noticias, a la que había dedicado la mayor parte de su vida profesional. En mi época, trabajaba como editora en Nacional. Allí, aquella profesora que años atrás me enseñaba a construir noticias, pasó a convertirse en la profesional que me las corregía. Su trayectoria profesional era dilatada. Habanera de nacimiento, pero asturiana de corazón, comenzó su carrera en el diario El Comercio, donde siempre conservó buenas amistades. Luego dio el salto a Madrid, donde trabajó en El Imparcial; para, finalmente, dedicar prácticamente toda su vida profesional a la Agencia Efe.

Siendo elegida en las urnas por sus compañeros, redactó junto con José Manuel Rivas Troitiño, Andrés Campos Palacios, Amanda González de Aledo Linos y José María Ruiz el primer Estatuto de Redacción de la agencia. Fue su mayor legado. Al menos, el logro del que se sentía más orgullosa. Hasta entonces no existía ningún instrumento que regulase las actuaciones informativas en la redacción y las de esta con la dirección. “Fue un trabajo arduo, que mereció la pena”, recordaba. De su faceta profesional, sus compañeros y amigos destacan su honestidad y compromiso. De su faceta personal, su bondad y generosidad.

Carmen era una persona de acción. Le encantaba la calle, las crónicas y la velocidad informativa. Lo aplicó, por ejemplo, en sus viajes a Oriente Medio, cuando le tocó cubrir el conflicto árabe-israelí. Fueron esas vivencias las que le permitieron descubrir la parte más oculta y paradójica del ser humano. “Incluso en momentos de extrema dureza, en el que no ves más que miseria y dolor, existen recovecos para la sonrisa. Es un mecanismo de defensa”, solía decir.

Carmen emprendió su último viaje (esta vez a las estrellas) el pasado 6 de agosto, a los 68 años, tras más de cinco años de lucha contra una larga enfermedad, dejando aquí, además de su legado, a su hijo Víctor; a sus dos nietas, Iria y Jara; a su ahijado Carlos, y a muchos amigos, que la queríamos y recordaremos siempre como la gran mujer que fue.

Óscar Rodríguez Graña
Publicado el 25 de septiembre de 2023