Fundada en 1895

Bonifacio de la Cuadra Fernández

Bonifacio de la Cuadra, periodista de raza


El pasado 23 de agosto falleció Bonifacio de la Cuadra (Úbeda, 1940) referente del periodismo, sobre todo del parlamentario y el judicial, y de
El País, del que fue uno de los fundadores y estuvo hasta su jubilación. También fue uno de los impulsores del comité profesional de redacción, el primero que se constituyó en España. Tuve la suerte de compartir redacción con él y de recoger algo de su sabiduría. Así le recuerdo.

Yo acababa de incorporarme a El País, en octubre de 1989. A los pocos días se celebró una asamblea de redacción, de las que no tardé en comprobar que eran habituales. No recuerdo de que se trataba (me figuro que de alguna reivindicación profesional, por supuesto), pero sí recuerdo nítidamente que, tras varias intervenciones de mayor o menor fuste y cuando aquello se precipitaba a la pertinente votación entre rumores, salió a la palestra un señor más bien bajito, barbudo, frisando los 50, que tomó la palabra y generó un respetuoso silencio. No me pasó desapercibido. Era Boni, para mí todavía Bonifacio de la Cuadra (había que guardar respeto a una de las plumas sagradas para los jóvenes que le habíamos leído en la facultad, habíamos seguido sus crónicas parlamentarias y le habíamos admirado, como a otros colegas que andaban por aquella redacción y ahora eran compañeros). Recuerdo que terminó su discurso de esta forma: “El que avisa no es traidor, es avisador”.

Pasadas unas semanas coincidí con él un domingo en el comedor. Me extrañó que estuviera, una institución en la casa, entre la tropa de redactores que nos tocaba guardia. Supongo que había ido a escribir alguna de sus piezas maestras (entonces el on line ni se vislumbraba), pero tampoco se le caían los anillos si había que hacer turnos. Y allí estaba entre nosotros. En aquella comida supe el origen de “estar en la cuerda floja”. Nos lo explicó Boni (para entonces había confianza y era Boni): los sumarios judiciales antiguamente se unían por una cuerda que enlazaba las hojas a través de unos agujeros en sus márgenes, de manera que el expediente quedaba insertado en una cuerda floja (no tensada) que había que desatar cuando se incorporaba un nuevo documento. Cuando una persona estaba en la cuerda floja quería decir que estaba en un procedimiento judicial. De ahí se extendió al dicho, que se utiliza cuando tiene dificultades o está en peligro. El maestro había ejercido como tal mientras nos tomábamos el café.

Boni mantenía ese perfil de hombre bondadoso con los compañeros que tanto se ha destacado en los obituarios que se han sucedido tras su fallecimiento. Vio, desde el comienzo de El País hasta su jubilación (recibió un caluroso homenaje nocturno, cuando todavía se hacían despedidas en el periódico), desfilar y crecer a miles de redactores y a todos, los de su sección (estuvo en Nacional y Sociedad) y los de otras, los recibía y trataba con apego. Nunca quiso ser jefe, aunque me imagino que se lo propondrían más de una vez; y los jefes le respetaban con reverencia. Peleó para crear el comité de redacción y accedió al consejo editorial, del que formó parte hasta retirarse del periódico, al que siempre siguió vinculado.

Leer el currículum de Boni debe ser de lectura obligada para los periodistas, para lo que están en ejercicio y para los que aspiren a serlo. Es un ejemplo de periodista de raza, de profesional cabal, de los que buscaban la noticia, la contrastaban y hasta que no la tenía verificada no la mandaba a talleres. Es decir, lejos de las malas prácticas actuales en las que abunda lo contrario y contra las que tanto se lucha. Eso le valió el reconocimiento y la confianza de sus fuentes y, sobre todo, de sus lectores. Seguía de cerca la evolución de la profesión y era habitual encontrarle en eventos, como el que coincidimos a principios de verano sobre el impacto de la inteligencia y artificial en el periodismo.

Como cuenta Sol Gallego-Díaz en la necrológica publicada en El País, “nunca alardeó de ello, pero fue probablemente el periodista que más exclusivas ha proporcionado en la historia de El País”. No le gustaba guardarse nada y sí hacer informaciones sobrias y mejor si eran exclusivas, algunas junto a ella, aunque no lo reflejara en la semblanza, como fue el adelanto del texto de la Constitución. También destapó el caso Banca Catalana, que puso en “la cuerda floja” a Jordi Pujol, entonces presidente de la Generalitat de Catalunya.

Boni fue de los periodistas que estaban en la tribuna de prensa del Congreso de los Diputados cuando el teniente coronel Tejero irrumpió pistola en mano en el fallido golpe de Estado del 23-F de 1981. Cuenta Sol, compañera de Boni en la agencia Pyresa y en El País y amiga, que “tumbados boca abajo, con un guardia civil provisto de metralleta apostado en la puerta, Boni sacó como pudo un bolígrafo y un papel y empezó a tomar notas”. Un colega le espetó: “vas a hacer que nos maten, estate quieto”. Le preguntaron después por qué lo había hecho y contestó que “hay que tomar notas, después, con las emociones, las cosas se empiezan a adornar; pero si lo apuntas todo, ahí queda”.

Esa era su franquicia desde sus inicios. Se había licenciado en Derecho en la Universidad de Granada y después se trasladó a Madrid para matricularse en la Escuela Oficial de Periodismo. Antes de formar parte de la redacción fundacional de El País, trabajó en Pyresa, cuando el oficio sufría el peso de la censura franquista e informar era una aventura. Fue despedido por apoyar una huelga y a una jefa que había corrido la misma suerte.

Luego ya vino la carrera en El País, donde realizó magnificas crónicas parlamentarias, muchas de las cuales dictaba por teléfono al periódico sin haberlas escrito previamente in extremis, cuando apenas quedaba tiempo para el cierre de la edición. Después de la Transición volvió a sus orígenes y no tardó en destacar por sus informaciones sobre temas judiciales, que dominaba gracias a su formación. Dominaba los entresijos del Tribunal Supremo y del Constitucional, donde controlaba muchas fuentes, y se convirtió en maestro de periodistas de todos los medios, que acudían a él como a un oráculo. Así se ganó los apelativos que se han repetido estos días: referente, generoso y, en palabras de Juan Cruz, superlativo.

El periódico le nombró corresponsal jurídico, cargo que se creó expresamente para él y desde el que cosechó muchas y grandes exclusivas, algunas de las cuales enfadaron a jueces y políticos significados. Pero intachables. Sus informaciones estaban tan bien elaboradas y eran tan respetadas que, cuando se jubiló toda la judicatura (desde fiscales, magistrados, abogados hasta el fiscal general del Estado) le sometieron a un peculiar juicio en el que resultó condenado a seguir escribiendo 10 años y un día más “en beneficio de la colectividad judicial”, como recuerda Sol Gallego-Díaz, con la que escribió Crónica Secreta de la Constitución (Tecnos 1989). Ya jubilado publicó Democracia de papel (Catarata 2015), “una crítica al poder desde la transición a la corrupción”.   

De su última etapa le recuerdo sentado en su pupitre, junto a una columna en la que quedaba un pequeño paso, al que en seguida llamamos, recordando el accidente geográfico entre las islas de Córcega y Cerdeña, “el estrecho de Bonifacio”. Él, jocoso, se reía. De cuando en cuando acudía a la sección de Economía, declarándose ignorante absoluto en esos temas, para consultar algunos términos. Los que estábamos allí contestábamos al alimón. Encantados de enseñar al maestro. 

Miguel Ángel Noceda

Vicepresidente 3.º para Asuntos Económicos de la APM y presidente de la FAPE