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Luis Milla Álvarez

Luis Milla

Hoy me toca enfrentarme a unas líneas de esas a las que nadie querría hacer frente, escribir sobre la marcha de una persona que profesionalmente lo ha sido todo para mí. Es una despedida muy dura y que además no quiero aceptar, pero me lo pide una familia muy querida, su familia, así que me tragaré las lágrimas y trataré de contar quién fue Luis Milla.

Nacido en el seno de una familia humilde, en uno de los barrios más castizos de Madrid, el de Chamberí, cerca de la “plaza los Chisperos”, es uno de los pocos madrileños de pura cepa que conozco, de cuarta generación como a él le gustaba remarcar y es quizá esta característica común lo que años después, cuando nos conocimos, hizo que sintonizásemos tan bien. Hijo de un tipógrafo de Gráficas Ribadeneyra y de Luisa, mujer de gran carácter aunque encantadora y cuyos cocidos eran famosos entre quienes nos contábamos como sus amigos. A su padre prácticamente no lo conoció, ya que este tuvo que exiliarse en la Guerra Civil y falleció posteriormente en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Esto hizo que fuera criado por su madre y su tía, quienes le inculcaron esa inmensa generosidad de la que hacía gala.

Comenzó a trabajar muy jovencito y ya a codearse con los grandes, pues fueron sus comienzos en el estudio de un reconocido fotógrafo de Madrid, el de Campúa. Es en este estudio en el que coincide con Antonio Gades, quien también ejercía de ayudante allí. Posteriormente se incorpora a la redacción del extinto diario “Ya”, en la que comienza su carrera de fotoperiodista como aprendiz con otro grande, Santos Yubero, y como compañero coincide con un gran caballero de la profesión, Gabriel Carvajal.  En esta época tiene ocasión de fotografiar a Franco en las audiencias de El Pardo, además de otros muchos sucesos de la vida diaria de la capital; y, asimismo, comienza a conocer a otros grandísimos fotógrafos de la época, como Pepe Pastor, carismático fotógrafo del diario “Arriba”.

Luego da el salto al diario “Informaciones”, en el que coincide con Fernando Abizanda y César Lucas. Junto con este último se incorpora al equipo fundador de la agencia Cosmo Press, en la que sigue creciendo profesionalmente al lado de otros maestros de la profesión y el fotorreportaje como Félix Gómez y Antonio Moncajusa. Trabajando allí se hace amigo de Juana Biarnes, primera fotoperiodista española. Su siguiente etapa fue en la agencia Cifra Gráfica o lo que hoy conocemos como EFE Gráfica, en la que coincide con Manuel Hernández de León, otro de sus buenos amigos. Paralelamente a esto, junto con otros muchos compañeros en los años 70, funda la Asociación Nacional de Informadores Gráficos de Prensa (ANIGP-TV), con el dictador vivo y en una época en la que todavía tuvieron que hacerlo prácticamente en la clandestinidad.

Y es a partir de aquí donde yo me topé con él y tuve el gran honor de que me distinguiese con su amistad. Me acogió cuando con tan solo 19 años apenas si sabia sostener una cámara entre mis manos, y haciendo gala de esa inmensa generosidad que derrochaba a raudales, me enseñó todo lo que sé de esta profesión tan canalla, de la que Luis me decía un día allí en su retiro de Mur de Bretagne, en el corazón de la Bretaña Francesa: “Eduardo, yo no he dejado la profesión, es la profesión la que me ha dejado a mi”. Yo creo que allí donde estés –porque en algún sitio estás, eso seguro, y la estarás liando con los amigos, de eso también estoy seguro– habrás comprobado que los profesionales no te habían dejado, pues allí donde pronuncies tu nombre surge alguien que te admiraba y te quería como lo que eras, como a un verdadero amigo.

En lo más personal, solo diré que doy gracias por la suerte de haberte conocido aquel 23-F del 83 en el que me dijiste: “Ah, que te gusta esto, pues te puedes venir todos los días conmigo, y tráete tus cámaras”. Joder, Luis, como le puede cambiar la vida a alguien por el simple hecho de conocer a una u otra persona, a mí me tocó la lotería. Y por el mismo precio, tuve un jefe que me exigía como pocos he conocido, pero que no se guardó nada para él y siempre me enseñó todos los trucos, a un compañero que defendía a los suyos a muerte y al mejor amigo con el que nadie pueda soñar.

El día que me comunicaron que te habías marchado, ya lo dije en una carta abierta, pensé que me ha faltado tomarme esa última botella de vino que teníamos pendiente, pero quedan para mí esas charlas en tu jardín hasta altas horas de la madrugada en las que, con la compañía de un buen licor, desgranabas historias y anécdotas de la profesión y de sus profesionales. Esos viajes que contabas con todo lujo de detalles de las aventuras que viviste para hacer la Crónica de España junto con Tico Medina y Eduardo Barrenechea, bajo ese gran árbol del fruto de la pasión en el que escuchaba tus consejos, siempre acertados.

Tan solo quiero que estas líneas sirvan para darte las gracias por cómo me trataste a mí, pues me hiciste sentir como uno más de tus hijos, de tu propia familia. Por el cariño que derrochaste siempre hacia mi familia, mis padres, mi mujer y mis hijos. Por todos esos detalles más mundanos de los que disfrutamos juntos, las paellas y los vinos alrededor de los que juntabas a los amigos o esos paseos por la Bretaña Francesa en los veranos que pude ir a visitarte. Gracias a ti y a Catherine, tu mujer, la dulzura hecha persona.

Aunque dicen que te has ido, en lo que a mí respecta, he decidido que continuaras a mi lado. No me puedo permitir el lujo de dejar marchar a alguien tan bueno; por lo tanto, yo sé que estas junto a mí y que, cuando cojo mi cámara, estas ahí para no permitirme cometer errores, para seguir enseñándome a mirar y mantener esa curiosidad en la mirada que a ti te hacia ser tan especial.

Solo me queda una espina clavada: fuiste tan desprendido que tu archivo quedó por ahí perdido en los distintos medios en los que trabajaste, como el que se va dejando atrás jirones de vida sin darle la menor importancia, y me da rabia, porque esto impide que todo el mundo sepa la calidad de tus fotografías; pero qué le vamos a hacer, tus amigos lo sabemos y eso basta.

Llegados a este punto, no soy capaz de tragar más lágrimas, así que solo te diré, compañero Luis Milla, que allá donde estés abras bien los codos, pues en algún sitio me tendré que colocar yo cuando me toque ir a hacer ese photocall, y siempre es mejor junto a un amigo, y mientras tanto me tocara echar de menos nuestras charlas telefónicas.

Hasta pronto, amigo Luis, hermano, compañero, hasta pronto.

Eduardo Méndez
11 de julio de 2017