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Rosario Martínez Garín de Lazcano

Charo Garín, la periodista perpetua

Rosario Martínez Garín de Lazcano (Oyón, Álava, 1942) se licenció en Derecho en Pamplona, pero pensó que el periodismo era más creativo, y aprovechó una prueba de selección restringida a licenciados superiores y con solo dos cursos más se licenció en Periodismo (entonces se llamaba así). Se presentaron 35, aprobaron tres: Rosario y dos señores mucho mayores que ella.

Para cuando desembarcó en Madrid, buscando horizontes más amplios, ya la habían hecho miembro correspondiente de las secciones de Estudios Europeos y de Cultura Vasca de la Real Sociedad de Amigos del País de Navarra, con sede en Pamplona. Se debió a una Memoria de Licenciatura que planteaba el europeísmo a partir de los pueblos, no de los Estados, lo que en su día era muy atrevido. El franquismo no hizo mucho caso: debieron pensar que era el divertimento de una jovencita bien leída, pero el tiempo le dio la razón en muchas de sus posiciones. De todas maneras, era la primera en hablar de Yugoslavia, Checoslovaquia, Serbia, de los sardos y los bretones, de la peculiaridad de ciertas regiones en el interior de ciertos estados…Una nacionalista europeísta, fan declarada de George Steiner. No perdía ocasión de decir que se lo debía a su padre, un médico que murió muy pronto.

Al llegar a Madrid entró en “Mundo Joven”, donde empezó a conocer gentes del mundillo de la canción y la música, a la vez que colaboraba en dos revistas con artículos semanales. Una de ellas, de medicina. Y se produjo el primer momento decisivo de su vida profesional: el régimen clausuró la revista. Por eso, cada vez que alguien le preguntaba qué le había hecho Franco a ella, la respuesta era inmediata: “Cerrarme el puesto de trabajo”.

De ahí pasó a Televisión Española, donde trabajó con José María Íñigo en “Estudio Abierto” y en “Directísimo”. Se lamentaba de haber entrado una semana después de que estuviera allí Picasso, pero entrevistó para el programa a Severo Ochoa, a Neil Armstrong, a Lauri-Volpi, a Viola… Esos eran aquellos a quienes pedía autógrafos con alguna peculiaridad especial: las primeras notas de un concierto, el esquema del ADN, un dibujo… que hoy aún cuelgan en la pared de su casa de Logroño. A otros como Alain Delon, Rita Hayworth o Uri Geller no se los pidió. Su gran hito fue llevar a Julio Caro Baroja: siempre se había negado, hasta que Rosario le dijo que había estado en su casa de Itxea y le dejó claro lo que sentía por el significado cultural y humano de una “casa” vasca. Don Julio se rindió y fue. Por cierto, luego le cogió gusto y apareció muchas veces.

Por razones de familia, se mudó a Bilbao donde entró de redactora en “El Correo Español-El Pueblo Vasco”, que luego pasó a ser “El Correo” a secas. Y allí le pasó lo que en Madrid: le encargaban asuntos peliagudos, porque sabían que no se arredraba ante nada. Quizás por eso la pusieron en Nacional y le asignaron un suplemento bimensual para lectores jóvenes. A quien esto escribe le dijo un periodista de aquellos que solo por ser mujer no iba a llegar a redactor jefa, como poco. Eran otros tiempos.

Siempre por motivos personales logró que la destinaran a la Delegación del diario en La Rioja, donde (además) se hizo cargo de la sección Aula de Cultura. Allí permaneció hasta que decidió retirarse antes de su jubilación. De aquella etapa tenía el único mal recuerdo de su profesión: que le tocara cubrir los plenos del Ayuntamiento. Le aburrían sobremanera.

A nadie sorprendió que los profesionales de la prensa siguieran tratándola como si aún estuviera en activo. Nunca se dio de baja de la Asociación, pero es porque nunca se dio de baja de la profesión. Se portaba como una profesional de los medios, exigía corrección de lenguaje (“Ese amigo tuyo será catedrático, pero le he oído dos incorrecciones lingüísticas”), y cuando le tocaba hacer algo prosaico y poco periodístico, como vender una finca o alquilar un piso, lo hacía con distinción y sorprendiendo a la otra parte. Era una periodista en acción permanentemente. Quizás por eso no hablaba nunca mal de nadie, lo que resulta excepcional. Sus quejas y críticas negativas las guardaba para su marido (“Con alguien me tengo que desahogar”), pero no salían de ahí. Por eso se llevaba bien con todo el mundo y cuando presentó, a sus 75 años, su libro de narrativa “Las Flores inevitables y otros relatos” lo hizo en la Casa de los Periodistas y la acogida fue espectacular. El editor (de Barcelona) estaba muy sorprendido.

Decían los romanos: de mortu nisi bonum, es decir, del muerto solo lo bueno. Naturalmente, Rosario tenía sombras, como todos. Lord Byron sostenía que la perfección es insípida, y Rosario decía que eso es porque era cojo. Quizás ese fuera su defecto capital: el perfeccionismo. Como estaba muy preparada y se sabía poderosa, quería que los demás fueran igual. Su hermana María Pilar le envidiaba las tardes de discusión sobre lo divino y lo humano que mantenía con su marido. Este, además de no haber tenido otra mujer en su vida, era catedrático de Instituto y Doctor en Historia, pero tan feminista como ella, lo que daba para mucha conversación. Y nunca sobre cosas superficiales. Por eso, la relación entre Rosario, su marido y su hija fue muy fructífera y constructiva. Ambos nos felicitamos de haber estado con ella tantos años, a pesar de sus pesares.

No tuvo suerte en la salud. Ella decía, y así lo escribió en uno de sus relatos, que en su dormitorio había un trío: ella, su marido y… el pastillero. Le pasaron muchas cosas antes de que un derrame cerebral masivo se la llevara en unas cuantas horas, pero al menos ganó una gran baza: evitó la extrema ancianidad, con sus limitaciones, sus dependencias y sus miserias. Eso le aterraba. Lo ha esquivado.

Descanse en paz. Mucho se lleva, pero mucho nos deja: su trayectoria profesional, su feminismo militante, su santa ira ante la injusticia y la estupidez, su honestidad profesional y humana y una especie de cabreo cósmico y perpetuo que impedía el aburrimiento a su lado. Con ella (vasca, nacionalista y europeísta) se enteró su marido (“granaíno”, universal como buen andaluz) de lo que es el nacionalismo racional y constructivo, lo que es el europeísmo y tantas cosas más. Con ella su hija aprendió a trabajar, a ser responsable y feminista, y tantas cosas más. Pero, sobre todo, el amor que ha producido nunca pasará.


Ramón López Domech
27 de mayo de 2021