Fundada en 1895

Rosa María Menéndez Carrillo

La trayectoria periodística de Rosa Menéndez Carrillo va ligada a la cabecera Iglesia-Mundo (1971-1994), que fundó y dirigió su marido, Jaime Caldevilla y García-Villar, hasta su muerte en 1976. Jaime Caldevilla, requeté en la guerra, voluntario en el Tercio de Nuestra Señora de Covadonga, licenciado en Derecho y Filosofía, fue sobre todo periodista. Dos hitos marcan su ejecutoria anterior a Iglesia-Mundo: la dirección del diario ovetense Región y el desempeño de la consejería de Información y Prensa en la Embajada de España en Cuba durante la época de la revolución castrista. De ahí que facilitara la salida de la isla a miles de españoles y cubanos. También que participara como experto de la delegación española en tres asambleas generales de Naciones Unidas. Su mujer le acompañó, como siempre, en aquella época fascinante.

El Concilio Vaticano II había removido las aguas de la Iglesia, que se habían tornado turbulentas. En realidad ya lo eran antes, aunque de modo subterráneo, saliendo a la superficie con ocasión de aquella asamblea. Otra Asamblea, no ajena a la recién evocada, la Conjunta de obispos y sacerdotes de 1971, hizo ver que muchas cosas habían cambiado también en la Iglesia española, que parecía haber recibido el Concilio como algo natural, pero que se sobresaltaba ahora con la emergencia de un progresismo que no sospechaba pudiera tener tal extensión. Un observador más avisado, en cambio, hubiera podido predecir la marea de tal movimiento, tarde o temprano, entre nosotros. Detrás estaba la nouvelle théologie de los años cincuenta, condenada por Pío XII. Y más atrás el modernismo que San Pío X se había empeñado en combatir con todas sus fuerzas. Lo que en los sesenta se empezaba a llamar progresismo no era en verdad sino la metamorfosis de esos dos precedentes. Pero ahora tenía detrás el apoyo de una parte del clero, incluidos los obispos, y podían argüir incluso en su favor el espíritu (más que la letra) del dichoso Concilio. Iglesia-Mundo nació, así, para frenar ese movimiento y defender la tradición de la Iglesia. En realidad se ocupó más de lo primero que de lo segundo, pues la participación de un número no pequeño de obispos (que iría decreciendo velozmente) en su origen hizo que la resistencia se resolviera más bien en la conservación. Iglesia-Mundo fue, por tanto, una revista conservadora más que tradicionalista, si bien el fragor de la batalla que se desarrollaba en aquellos tiempos alcanzara a algunos temas y a algunos tonos. No hay que olvidar que probablemente el régimen de Franco, a través del almirante Carrero Blanco, debió apoyar igualmente aunque con discreción a la revista, por lo menos en sus primerísimos pasos. Mi impresión es que obispos y servicios de información pronto se evaporaron o, al menos, redujeron notablemente sus aportes.

Es posible que, en este punto, la línea de Jaime Caldevilla fuera más neta, ya que no más decidida, de la que se asentó a su muerte. Que es de la que tengo conocimiento propio. Porque Jaime Caldevilla apenas sobrevivió a Franco. Siguieron dos directores, Jesús María Zuloaga y Ricardo Pardo Zancada. Y antes, durante y después de ambos, Pedro Rodrigo como director en funciones, esto es, una especie de suplente siempre disponible. Zuloaga era un periodista de aureola opusiana y larga trayectoria: primer director de La Actualidad Española en 1952, luego del Diario Regional de Valladolid y finalmente –en 1957– de El Alcázar, clausurado por el ministro Fraga Iribarne; igualmente, en el mundo de las revistas, dirigió Ama durante veinte años y finalmente Semana, donde tuvo un incidente con el inevitable ministro Fraga a costa –sin ser carlista– de un reportaje sobre Carlos Hugo de Borbón y su mujer Irene de Holanda. Y es que la sucesión juancarlista, todavía no oficial, iba adquiriendo fuerza en aquellos años de la "operación salmón". Llegó a Iglesia-Mundo en 1978, cambió desacertadamente el formato y trató de modernizarla. No tuvo éxito y duró poco, porque no era el director adecuado para la revista. Un decenio después, en 1988, le sucedió Ricardo Pardo Zancada, comandante de Infantería y diplomado de Estado Mayor, condenado por el 23-F. Era también periodista y había sido redactor-jefe de Reconquista, la revista del Arzobispado castrense. Además, durante su estancia en la Prisión Militar de Alcalá de Henares había redactado y defendido su tesis doctoral sobre la libertad de expresión. Pardo Zancada, más cauto que Zuloaga, era quizá más inadecuado aún para una publicación del tipo de Iglesia-Mundo. Pedro Rodrigo, periodista también experimentado, buena persona y más bien gris, había trabajado en el diario Madrid desde 1952 hasta su cierre, llevando primero la información local y más tarde la cinematográfica. Creo recordar que tenía también experiencia radiofónica. La última fase de su vida profesional discurrió por diario El Alcázar, ya en la época en que pertenecía a la Confederación Nacional de Combatientes, la revista Fuerza Nueva –que dirigió– e Iglesia-Mundo. De la Falange franquista no era tampoco hombre para captar los matices que requerían la información y la opinión religiosas con una orientación tan precisa como la del medio de que hablamos.

Y ahí sale Rosa Menéndez Carrillo. Desde la muerte de su marido tomó el mando de la empresa. Como hemos visto, los directores se sucedieron, en general con poco éxito, pero Rosa Menéndez, con puesto en formación –durante cierto tiempo figuró en la mancheta como redactor-jefe– o sin él, fue quien dirigió en verdad Iglesia-Mundo. No insinúo que se entrometiera o mangoneara en la vida diaria. Mujer inteligente y elegante, no era su estilo. Lo que digo es que su personalidad y su disponibilidad total llevaban a que su juicio fuera con frecuencia definitivo respecto de cualquier cuestión. Nacida en Oviedo el 24 de abril de 1922, casó en Covadonga con el también asturiano Jaime Caldevilla, como hemos dicho, en 1953. Se trató de un matrimonio, como había tantos a la sazón, muy compenetrado. Además, desde los años setenta, tras la muerte de su padre, don Víctor Menéndez, ocupó la presidencia de la empresa familiar, Antracitas de Rengos, que se disolvió en 2010. Y ejerció, ella que no había tenido hijos, como una verdadera matriarca, firme y bondadosa al tiempo, verdadero pilar de la familia. El declinar de Iglesia-Mundo corrió paralelo al de los restos de una sociedad tradicional que estaba resquebrajándose, así como al proceso de metabolización de los cambios en la Iglesia durante el pontificado de Juan Pablo II, de apariencia restauradora y en verdad afianzador de ese espíritu del Concilio (rectius del que algunos quisieron darle, triunfando en su aplicación) del que antes hemos hablado. El espacio conservador estaba copado por otras organizaciones y otros medios. Optar por el tradicionalista llevaba a combates que en su día no se habían querido dar y a situaciones canónicas delicadas. La ambigüedad en que se movía tampoco resultó, a la postre, conveniente para superar ese contexto adverso. Pero la puntilla vino de la mano del proyecto que un colaborador ocasional presentó para la renovación gráfica y de contenidos. Tal propuesta implicaba un aumento de los costes que la empresa no estaba en condiciones de soportar. Con modestia era posible sobrevivir, mientras que con dispendios –auténtico cuento de la lechera– lo más probable es que muriera. Rosa Menéndez dudó mucho y me consta que tuvo en cuenta los juicios de quienes, desde dentro del consejo de redacción y administración, nos oponíamos firmemente. Aceptó sin embargo al final y poco después, en 1994, la revista cerraba.

No terminó ahí la actuación de Rosa Menéndez, que siguió activa en el mundo católico, si bien sin responsabilidad en ningún medio de comunicación. Iglesia-Mundo había sido su vida, como había sido la de su marido en sus últimos años. Continuó siendo un nudo de comunicaciones para muchas personas. Se afirmó más aún en la vida familiar. Su casa de la calle Doctor Fleming estuvo siempre abierta para todo tipo de reuniones. Sufrió diversas operaciones de rodilla, cadera, columna, etc., sin perder nunca la alegría. Transmitía entusiasmo en todas las ocasiones y trataba con enorme delicadeza a todos. Terminó cuidando de Anuncia, su criada de toda la vida. En fin, se nos ha ido –a punto de cumplir cien años– una personalidad notable del periodismo católico de la segunda mitad del siglo XX.


Miguel Ayuso

3 de febrero de 2022