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Raúl Utrilla Carlón

Raúl Utrilla

La familia de Raúl Utrilla, que nos dejó el pasado 29 de mayo, me ha otorgado el honor de escribir unas líneas de recuerdo de este gran profesional y persona intachable. Mi amigo Raúl era, como diría Machado, “en el buen sentido de la palabra, bueno”. Un hombre bueno, al que conocí allá por la década de los 70 del siglo pasado, cuando entró a trabajar en el diario El País. Él venía de aquella aventura de crear El Periódico de Madrid, y se ocupó de maquetar el suplemento semanal del diario del grupo Prisa. Su amabilidad y buen hacer profesional me hizo congeniar rápidamente con él y nos hicimos amigos. Tan amigos que fue el padrino de mi hija.

Raúl pertenecía a una familia numerosa muy unida (en la que alguno de sus miembros, como su hermano Ricardo, también se dedicaron al periodismo), en aquellos tiempos en los que la vida de barrio era parte de la educación de los chavales. Uno de sus vecinos era el cantante Antonio Molina, con cuyos hijos jugaba Raúl habitualmente y con los que cada domingo formaba parte de los ilusionados espectadores del teatro de guiñol con el que el vocalista deleitaba a los niños de su edificio.

De El País, Raúl Utrilla pasó, de la mano de su gran amigo Paco Arriba, al Grupo Zeta como director adjunto de Ediciones Reunidas, S.A., donde dirigió el departamento de maquetación y diseñó las revistas Ronda Iberia, Novedades (de El Corte Inglés), Il Quadrifoglio (para Alfa Romeo), ORO (la revista de VISA España) y un largo etcétera de publicaciones en las que dejó constancia de su creatividad y calidad como diseñador de prensa. Poco después, Raúl me ofreció trabajar con él y no dudé en mi decisión: era todo un privilegio trabajar con aquel equipo.

Raúl Utrilla era un humanista. Junto a sus semejantes se encontraba en su elemento. Jamás actuó como jefe con el resto de la plantilla; siempre se comportó como un compañero más, enseñando a los más noveles con cariño y comprensión. Era el primero en llegar a la redacción y el último en irse. Por eso, cuando había que quedarse noches enteras para realizar algún proyecto urgente, todos lo hacían sin dudar y sin protestas. ¿Quién se podía resistir a esa sonrisa, que nunca se le caía de la boca?

Un buen día, la tecnología llegó a las redacciones, y todas aquellas maquetas de papel y los portaminas de Carán D’Ache fueron arrinconados para dejar sitio a los modernos ordenadores. Raúl fue el primero en el Grupo Zeta en contar con un Mac, con un disco duro enorme, una voluminosa pantalla Sony y una impresora en color que tardaba un tiempo infinito en reproducir cualquier documento. Y, haciendo gala de su talante, no solo aprendió rápidamente a manejar aquel equipo, sino que con el tiempo se convirtió en uno de los mejores diseñadores con ordenador que conozco. Con el Photoshop era un auténtico mago.

Trabajando junto a Raúl aprendí mucho de este oficio nuestro y me permitió conocerle mejor, lo que reforzó nuestra amistad. Así, descubrí que no solo era un amante de la buena música (de hecho, él tocaba la guitarra), sino que era un artista dibujando y pintando, un manitas (se construía muebles, entre otras cosas), un gran cocinero y, sobre todo, madridista hasta la médula. De vez en cuando jugábamos al tenis o al golf, y nos reíamos mucho al comprobar lo malos que éramos.

Raúl era un enamorado de la vida. Y, sobre todo, muy enamorado de su mujer, María Ángeles, y un auténtico padrazo con sus hijas, Beatriz y Ángela. Era un hombre muy familiar, que tuvo la fortuna de disfrutar de sus nietos, Lucía y Daniel. Por encima de cualquier consideración profesional, el gran éxito de Raúl Utrilla fue formar una familia maravillosa, formada por buenas personas.

Raúl Utrilla ha dejado un hueco en nuestros corazones que jamás podremos llenar. Era uno de mis mejores amigos y un maestro en nuestra profesión. Como dijo aquel, “la estatura de un hombre no se mide de la cabeza al suelo, sino de la cabeza al cielo”. Y os aseguro que, junto a él, caminé con un gigante.


Antonio Guerrero

8 de junio de 2023