Miguel Ángel Flores Antúnez
Miguel Ángel Flores (1950-2016): un periodista XXL
Histórico redactor jefe de las páginas de “Huecograbado”, santo y seña de “ABC”
Era el 2 de abril de 1987 –llegamos el día 1, pero él se había cogido un día de libranza– cuando me topé en el ascensor con todo un cardenal renacentista. Se llamaba Miguel Ángel Flores Antúnez, periodista de porte XXL que me enseñó a manejarme por los inextricables pasillos de la antigua Casa de ABC –“con mayúsculas siempre, porque no es un edificio, sino una institución”, me dijo nada más llegar–.
Miguel Ángel fue mi libro de instrucciones, un manual de supervivencia que me sirvió para saber por dónde derrotaba en sus embestidas diarias el director, Luis María Anson.
Si Miguel Ángel Flores era en apariencia un cardenal renacentista, Anson era el guía espiritual de la Curia, un Papa en toda regla que colocaba el listón de la exigencia a una altura infranqueable para cualquier mortal.
De Miguel Ángel aprendí que la verdad es un concepto subjetivo, porque la única verdad objetiva en aquel “ABC” era la que venía impuesta desde arriba. Anson nos mandaba “su verdad” en un tubo y santas pascuas. Flores no era un periodista al uso de esta época, tampoco de la suya. Se sentaba como un buda en la silla y escrutaba en silencio el paisaje de la redacción, manejando con tiento los hilos invisibles de un ecosistema complejo. Era astuto el condenado, listo para ponerse a cubierto. Sabía que Anson entraría por la puerta como un miura... En efecto, el director llegaba a la mesa del redactor jefe, tomaba asiento e iba mutilando, una a una, las páginas del “ABC” recién hecho, entre imprecaciones que no vienen a cuento. Impertérrito, Flores tomaba una prudente distancia. Sabía colocarse como nadie para evitar los efectos del terremoto. Y si te pillaba en medio, Miguel Ángel sentenciaba: “Te avisé”.
Durante diez años, gracias a él, fui aprendiendo todas las reglas de la supervivencia. Intelectualmente sólido, lector impenitente de San Juan de la Cruz, sagaz en las distancias cortas, monárquico irredento, tenía un diario secreto que guardaba como oro en paño. Era un profesional del oficio como pocos, cauto y reservado, virtudes nada desdeñables en una actividad donde la sobreexposición es un riesgo. No era un periodista intrépido, pero su capacidad indagatoria era sencillamente portentosa. Dirigía las páginas de “Huecograbado” con imperial solvencia, porque conocía a Anson mejor que a la palma de su mano.
Al conocer que Miguel Ángel Flores había muerto, he sentido el clásico pinchazo en el pecho, ese crujido interno que es indiciario de un esguince –no sé si en el alma o el corazón– y que te deja encogido. Desconozco si me quiso de veras, pero la duda no me impide reconocer que yo sí le quise a mi manera. A su mujer, Manuela, compañera de alegrías, angustias y anhelos, y a Rocío, su hija –que debe de tener la edad de la mía–, un beso del tamaño de Miguel Ángel, desde el tiempo y la distancia. Nació en Madrid el 20 de mayo de 1950 y murió en la capital de España el 20 de marzo de 2016. Periodista, ocupó durante casi 20 años el cargo de redactor jefe de las páginas de “Huecograbado” de “ABC”, histórica sección del periódico que dirigió con probada profesionalidad y solvencia.
Jaime González / “ABC” / 22 de marzo