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Margarita Batallas Sordo

Adiós a Margarita Batallas, amante y maestra del periodismo judicial

Margarita Batallas, en la redacción de 'El Periódico' en Madrid / Archivo de 'El Periódico'

“Lo mejor está por llegar”. No se podía empezar este texto agridulce, de despedida, de otra manera que no fuera con una frase corta, contundente, emulando la fórmula que solía emplear una de las grandes del periodismo de tribunales, Margarita Batallas, para narrar a los lectores de “El Periódico de Catalunya” el devenir de la justicia y sus protagonistas. Tan optimista sentencia era una de las preferidas de esta veterana de la pluma y las ondas y a fe que la enarboló como bandera, hasta el final. El final llegó este miércoles, en su fría madrugada, cuando con 56 años nos dijo definitivamente adiós tras una grave enfermedad a la que plantó cara con coraje admirable, discreción y enorme generosidad. De eso también se puede dar testimonio, puesto que se empeñó y consiguió (¡a ver quién osaba llevarle la contraria!) que solo unos pocos conociéramos su estado de salud, alegando que le gustaba dar otro tipo de noticias y no preocupar.

De noticias, precisamente, podía hablar sentando cátedra. Algunas de las que consiguió a lo largo de su carrera profesional abrieron portadas. A lo grande. Retrataron una época. O incluso varias. ¿Recuerdan? Los GAL, Filesa, Santi Potros, la red Gürtel, la operación Catalunya, el caso Messi, la operación Lezo…. Era una habitual de la Audiencia Nacional, el Tribunal Supremo, el Constitucional. Los señores y señoras de las togas, los que ejercían la abogacía, los de Fiscalía sabían muy bien quién era esta periodista y cómo se las gastaba.

Era de poca broma cuando perseguía un tema. Concienzuda. Seria. Insistente. Buena compañera y admiradora del quehacer de los fotógrafos, que siempre tuvieron en ella una aliada para facilitar un trabajo que, en ocasiones, se tornaba complicado en las instituciones judiciales y sus alrededores. “¿¡Cómo que no se puede hacer foto?!”, le espetaba a quien tocara, moviendo cielo y tierra para abrir puertas a priori cerradas. Era de gran carácter para bien y para mal: cuando se enfadaba, ardía Troya, pero que el incendio se extinguiera y dejara paso a una sonrisa cómplice, a un café compartido (si había oportunidad, que fuera de calidad y tomado en un local con encanto) solía ser cuestión de minutos. De esto, puedo asimismo dar fe, como muchos otros que, seguramente, leen estas líneas sintiéndose retratados en un recuerdo. En uno de los bonitos.

Batallas, nuestra Batallas (se podrían contar con los dedos de las manos las veces que era referida por el nombre y no por el apellido, que la definía mejor) leía con la misma tranquilidad un sumario de diez tomos que escribía una crónica exclusiva. Los nervios, si aparecían, se los fumaba a la par que sus cigarrillos, inseparables compañeros de viaje. Como las gominolas o el chocolate que siempre escondían los cajones de su mesa y que repartía, casi a diario, para endulzar tediosas e interminables jornadas laborales.

Con esta periodista de raza, defensora de las esencias de un oficio que amaba y que también le dio disgustos, los profesionales de este diario compartieron trabajo, pero también la vida. Fueron más de 30 años en el Grupo Zeta, primero en Antena 3 Radio y, después, en “El Periódico de Catalunya”, que dejó en el 2016 para probar nuevas experiencias profesionales. Su última parada fue el gabinete de comunicación del Ayuntamiento de Madrid, pero estuviera donde estuviera, Batallas seguía siendo una de las nuestras. Lo seguirá siendo.

Y es que si toda redacción alberga entre sus paredes grandes afectos, dada la cantidad de horas (¡cuántas!) que pasan en ella buena parte de sus integrantes, una delegación de un diario se convierte en una familia. Sin duda. La de “El Periódico de Catalunya” en Madrid lo es. Y hoy está de luto y encogida por el dolor, un dolor que comparte con sus compañeros de Barcelona y de otras casas periodísticas que supieron y saben admirar la calidad profesional y humana de quien se marcha.

Todos vamos a echar de menos sus bromas; su defensa inquebrantable de su Atlético de Madrid, su empatía insuperable cuando alguien tenía algún problema y era capaz de dedicarle horas, sin mirar ni una sola vez el reloj, para darle vueltas al asunto y ofrecer consuelo. Ella, que se desvivió por su familia, que se derretía hablando de sus sobrinos y que se enfrentaba a cara de perro a quien no supiera entender el amor que sentía por el suyo, nos dice adiós, dejando un baúl de recuerdos comunes. Y toda una hemeroteca para que futuras generaciones de periodistas sepan lo que es el periodismo judicial con mayúsculas. Que la tierra te sea leve, “princesa”.

Gemma Robles / “El Periódico de Catalunya”
Publicado originariamente en “El Periódico de Catalunya”
25 de abril de 2019