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Manuel María Meseguer

En la muerte de un periodista

(Se me ha muerto como del rayo Manuel María Meseguer, con quien tanto quise).

Manuel María Meseguer

Una vida, “dedicado en exclusiva al periodismo”, como decía de sí mismo Manuel María Meseguer, se ha extinguido. Con él desaparece una parte de la profesión, la mejor, la entendida como servicio público y, por tanto, alejada de la del “coro de los grillos que cantan [ladran] a la luna”, la que llegó a finales del siglo pasado, aupada y pagada por intereses espurios, para transformar el honrado oficio de obtener información y contarla en el circo mediático que a menudo disfrutamos.

La “hoja de servicios” de Manuel María –“solo mi madre me llamaba así”, me decía– no deja ninguna duda sobre esa profesionalidad vocacional, espontánea, entregada: desde 1964 al 9 de febrero pasado, ejerció el periodismo.

Comenzó con 19 años en el diario La Verdad, primero en Murcia y más tarde en Elche, y colaboró en La Estafeta Literaria, Revista SP, Diario SP, Tele-Radio, Radio Nacional, Cuatro Ruedas y Agencia Q-Press, hasta que fue contratado en 1973 como redactor de ABC.

Reportero, entrevistador y enviado especial al Sáhara de la Marcha Verde, entre otros destinos, sus entrevistas en ABC y Mundo Diario obtuvieron el premio Manuel del Arco de Periodismo 1975 en su tercera edición, y la edición del libro por la editorial Dopesa con el título Dieciséis personajes palmo a palmo. Con anterioridad había publicado cuentos en La Estafeta Literaria y otras publicaciones, y en 1970, la novela El hombre que entrevistó a Dios (Ed. Zero-ZYX).

Redactor jefe de La Vanguardia en Madrid (1976-82), continuó su carrera profesional en la Agencia Efe. De 1987 a 1996 fue corresponsal en Argentina –donde presidió la Asociación de Corresponsales Extranjeros– y corresponsal en Chile. Al regreso a España, fundó y dirigió el Departamento de Comunicación de la agencia.

Desde 1997 y hasta diciembre de 2012 fue colaborador habitual de los diarios ABC y La Verdad de Murcia; de revistas, como Vivir con Júbilo, publicación en la que formaba parte de su consejo editorial, en portales de Internet y programas de televisión. Entre otras actividades, se encuentran la coordinación y prólogo del libro Comunicar la innovación. De la empresa a los medios, editado por la Fundación Cotec y diversos prólogos y presentaciones. Preparó y publicó las crónicas y breve obra literaria de su padre en el volumen Testigo de Europa. Un murciano en la Europa de entreguerras (1925-1929).

Colaborador como experto independiente de la Fundación Carolina –institución constituida en 2000 para la promoción de las relaciones culturales y la cooperación educativa y científica entre España y los demás países de la Comunidad Iberoamericana de Naciones, así como con otros países con los que mantiene espaciales vínculos culturales, históricos y geográficos–, coordinó cursos de verano de la Universidad Menéndez Pelayo de Santander y participó en los de la Universidad del Mar de Murcia. Fue director en las sedes de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) de Ávila (2009) y Pontevedra (2010) los dos primeros cursos de verano de la sección española de Reporteros Sin Fronteras.

Manuel María Meseguer había nacido en Alquerías, Murcia, 1945. Estaba casado con Nines Mata y sus tres hijos Oriana, Alejandro y Laura (y sus hijos políticos Lucía y Javier) llenaban su mundo de jubilado, iluminado por las llegadas de sus nietos: Lucas, María, Diego y Pablo. Somos muchos los que lo lloramos. Mis redes sociales, donde informé de su fallecimiento, rebosan de lágrimas, lamentos, recuerdos y homenajes de amigos comunes y colegas a los que la vida había distanciado.

A Manuel María no le gustaban los gatos, pero su arisca Mika, seguramente por compatibilidad de caracteres, lo obligó a amarla y solo lo buscaba a él para que le rascara la cabeza. Cultivaba cítricos en su finca murciana y me enseñó a distinguir las clases de limones, mi vicio. Cada vez que iba a saldar los frutos antes de que cayeran al suelo y se pudrieran, me traía una parvá dorada de limones, pomelos y naranjas, las sanguinas de mi infancia entre ellos... Y, a veces, delicatessen de nuestra tierra: pasteles de carne, Cierva, embutidos palpitantes, un festín en mi casa de OrcaCity mientras dábamos un repaso a nuestras cosas y nuestras circunstancias.

En 2013 le ayudé en la edición de un proyecto muy querido para él, la recopilación de la obra de su padre, José Manuel Meseguer Sánchez, en el título Testigo de Europa. Un murciano en la Europa de entreguerras (1925-1929), como homenaje personal y herencia para sus hermanos y sus hijos. Y se nos han quedado en el tintero dos obras para las que le ya había pergeñado las portadas: El sol en la espalda, donde recogía sus relatos literarios, los publicados y los inéditos, y A la sombra del jacarandá, que reunía los artículos publicados en su querido ABC, escritos a su regreso de Argentina y Chile. Los quería dejar para sus hijos y nietos y seguro que algún día ven la luz.

A los que seguimos, los que lo quisimos, se nos ha apagado de momento, pero su ejemplo humano, su impecable ejercicio profesional nos alumbrarán de nuevo en cuanto se nos mitigue el dolor.

(Que aún teníamos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero).


Ignacio Fontes de Garnica

11 de febrero de 2020