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Manuel Irusta Cerro

Navegando hacia Utopía

Manuel Irusta Cerro

Utopía, compromiso, compañero. Manolo tuvo siempre estas palabras a flor de piel y las ofrecía no solo como una consigna, sino como muestra profunda de sus anhelos, de su meta. El periodismo es compromiso, como lo es el matrimonio, un proyecto de vida, y en él la familia, su Avelina, los hijos, claro, sus chavalucos Manuel y Alfonso y su Guriezo, el Real Valle de Guriezo, en Cantabria, donde nació hace 81 años, en el barrio de Trebuesto. Y su cristianismo profundo, su compromiso, siempre el compromiso, con el Cristo de los pobres, la Teología liberadora a la que, junto a su esposa, logró comprometer también a sus hijos. Y su entrega cotidiana en la búsqueda de documentos, como buen documentalista. Y la música coral.

El pasado 23 de marzo, Manuel Irusta Cerro, Lolo para sus padres y hermanos, Manolo en su casa y en la de sus amigos, nos dejó. Se fue encaminado en esa estela que siempre le sirvió de guía hacia Utopía, en un navegar tranquilo, plácido, definitivo.

Qué decir de su recorrido profesional. Le conocí en la redacción de Zeta en Madrid, venía ya de un largo camino y me recibió con su bondad generosa, ofreciéndome, yo que empezaba, su impresionante agenda, en la que estaba todo el mundo. La copié, naturalmente, y ahí comenzó nuestra amistad. Fue subdirector de Posible, Director de Sal y Pimienta, Redactor-jefe de Interviú, investigador y documentalista en Teoría y Práctica, redactor de la enciclopedia Historia de España de la A a la Z, de Antiquaria, Redactor-jefe en la redacción central de Prensa Ibérica, etc, etc.

Autor de cuentos y poemas y a quien su gran amor por la tierruca le llevó a escribir un bello e interesante libro, Guriezo en rutas. Todo, siempre en Manolo, con gran precisión y muy documentado. Uno de los grandes documentalistas de nuestro periodismo contemporáneo, siempre entre papeles, documentos, libros y libros, carpetas, acumuladas en su piso del barrio popular de Valdezarza, en Madrid, donde el resto de los cohabitantes se manejaban como podían entre legajos, y ya con más holgura en su casa de Guriezo.

Y la música, que Manolo usó como herramienta en su compromiso, para disfrutar de ella, pero también para compartir con las gentes de Valdezarza, en cuya Asociación de Vecinos también batalló. Manolo fomentó el canto coral en su barrio e indujo y enseñó a cantar a quienes ingresaron en cuantos coros, fundó y dirigió a lo largo de los años. Manolo se tituló como Director de Gregoriano en Salamanca y como alumno del Seminario de Comillas, Cantabria, dio muestra allí de su compromiso con la utopía, al firmar una carta por la Libertad y la Democracia, que por su lectura en medios internacionales, en pleno franquismo, provocó la ira del Régimen, la no renovación del permiso para la continuidad de ese centro curial y su traslado a Madrid. Había iniciado sus estudios en el Seminario Menor de Corbán, también en Cantabria, donde llegó después de que la maestra de Guriezo le dijera a sus padres que a Manolo ya no le podía enseñar nada más, y para allá que lo enviaron, con la ayuda del párroco y el deseo de que fuera bueno, pues le consideraban el malo de la pandilla.

Fue en Madrid donde Manolo, abandonada ya la carrera eclesiástica, se licenció en Periodismo y en Ciencias Políticas y emprendió el ejercicio fecundo de este nuestro oficio, siempre siguiendo la luz de Utopía y el compromiso con los más humildes. Por eso, Manolo Irusta, en un mundo de relumbrones, fue siempre ese chaval sencillo que un día salió de Cantabria, aunque Cantabria, Guriezo, nunca salió de él. Tampoco saldrá fácilmente Manolo de nuestros recuerdos. ¡Hasta Utopía, compañero!

Javier Sáenz Munilla
Periodista
7 de abril de 2025