Juan José Bellod Bellod
Te has ido. Has estado apagándote dulcemente, lentamente, como la luz de las velas cuando ya no queda cera. Discretamente, también, muy conforme a tu carácter. Así ha pasado tu larga vida en la cual hemos compartido muchas vicisitudes, alegrías, sobresaltos y tristezas.
No somos de la misma generación. Nos separaron siempre diez años, pero muchas veces comulgamos en nuestra visión del mundo y de la vida pública, a la que los dos hemos dedicado gran parte de nuestras existencias. Yo tuve la gran suerte de que tú fueras mi primer jefe inmediato cuando yo terminaba mis estudios universitarios y la simpatía surgió rápidamente. De esta manera fuiste mi mentor en la profesión periodística. Trabajamos juntos hasta que tu te fuiste a la Embajada de España en París y yo ingresé en la Agencia EFE.
Nuestros destinos volvieron a juntarse en Bruselas; tu como agregado de prensa en la representación española ante la Comunidad Europea, al mando de Alberto Ullastres, un gran político, y yo como delegado de EFE en Bruselas, a finales de los años 60 y principios de los 70. Entonces, vimos con satisfacción, y no poco alivio después de todas las negociaciones, la conclusión del acuerdo de asociación con el Mercado Común. Fue nuestro seminario de conocimiento de la longitud y agotamiento que se alcanza en un proceso de negociación en Europa, y eso no ha cambiado, si acaso se ha ido ampliando con la llegada de nuevos miembros;
Pero entonces solo eran seis y Bruselas tenía todavía su aspecto de ciudad de provincias, agradable y simpática, que no ha perdido del todo aún hoy. La Comisión Europea era fácilmente accesible a los periodistas y, entre nosotros, reinaba un espíritu de camaradería, sobe todo entre las agencias de prensa, que superaba las procedencias nacionales. Nos veíamos todos los días en la sala de prensa e intercambiábamos libremente nuestras pesquisas. Yo todavía conservo compañeros periodistas italianos, franceses o alemanes de aquella época.
Pero también en Bruselas, tuve ocasión de intimar con toda tu familia: tu mujer Dora y tus tres hijos, entonces muy jóvenes, y con la inefable Julia, que hacía unas tortillas de patatas que aún recuerdo con deleite.
Después, nuestros destinos se separaron de nuevo. Tú te fuiste a la Embajada en Londres y yo a Washington, de delegado de EFE. A mí, la muerte de Franco me pilló en la oficina de EFE en Naciones Unidas, adonde me encontraba unos días. Celso Collazo, mi compañero y amigo en EFE, me telefoneó al Village, para pedirme que volviese rápidamente a la oficina porque se había muerto Franco. Tú, creo, ya estabas en Madrid.
Tu estancia en Londres debió de marcarte, puesto que frecuentemente me hablabas de tu vida, y la de tu familia, en esa ciudad; sin duda, tan peculiar para un español. Cuando volvimos a encontrarnos en Madrid, tú estabas ya en Radio Nacional de España, concretamente en Radio Exterior. Yo volví a la central de EFE como redactor-jefe de EFE Internacional. Tras unos años, Luis María Anson me metió, junto con Eugenio Pontón y Miguel Ángel Nieto, en la aventura de EFE Televisión, que terminó saliendo bien gracias a muchos esfuerzos de un equipo de gente joven y entusiasta.
De nuevo, nuestros destinos volvieron a encontrarse, otra vez en Bruselas. Esta vez llegué yo unos meses antes, como miembro del servicio del portavoz de la Comisión Europea. Tú estuviste trabajando en la oficina de la Comisión en Madrid y después llegaste a Bruselas, con tu mujer Dora, como representante de Galicia ante la Unión Europea. Llegamos incluso hasta a ser vecinos ya que tu primera oficina, en la Avenida de Tervuren, se encontraba a unos metros de nuestro piso. Nos veíamos frecuentemente y cenábamos con nuestras mujeres y con tu hija Ana, que también se había establecido en Bruselas.
Cuando te jubilaste, elegisteis volver a Madrid, a pesar de tu gusto por Bruselas, adonde regresabas con Dora casi todos los veranos a casa de tu hija, que se había ya casado con un radiólogo belga. En Bruselas, te metías en la Biblioteca de la Universidad Libre y en la Biblioteca Albertina en busca de material sobre la guerra civil española, que compartías conmigo en tus ratos libres. Nuestra amistad, ya antigua, se fue profundizando hasta el límite de considerarte como un miembro de mi familia próxima.
Sin embargo, tu jubilación en Madrid y mi condición de funcionario de la Comisión en Bruselas, nos fue distanciando algo por la fuerza de las cosas. Yo me centré mas en los temas europeos y tú empezaste a escribir sobre política española, aunque en esta época me convertí en el editor de dos de los más importantes volúmenes de tus poesías.
Y hablando de poesía. Tú siempre has sido un poeta, a pesar de tu realismo y de tus conocimientos políticos. Todos los años, por Navidad, me enviabas los poemas que habías escrito en ese año. Yo te los guardaba y los edité más tarde en dos volúmenes.
En los veranos, yo volvía a España y entonces alquilábamos un coche y nos lanzábamos juntos a las carreteras de España en itinerarios previamente elegidos por ti. El Canal de Castilla, la Vía de la Plata, un viaje por Soria, Zaragoza, Logroño y Burgos, lleno de lugares evocadores y de pueblos maravillosos. Teníamos ya proyectado un viaje por el valle alto del Guadalquivir, pero la enfermedad no nos permitió ya ir conduciendo y nuestra salud empezaba ya a quebrantarse.
Así llegó el ocaso. Fue lento pero progresivo. Tú conservaste toda tu cabeza hasta los últimos días, pero te movías cada vez con mayor esfuerzo. Sin embargo, cada vez que yo volvía a Madrid almorzábamos juntos, o junto a Ernesto Pérez de Lama, otro de tus íntimos amigos, fallecido hace tan sólo unos años. También perorábamos en Rosales 20, adónde eras uno de los clientes más asiduos, o me preparabas reuniones con otros periodistas de nuestros tiempos en Bruselas, como Andrés Garrigó o Germán Díaz Fandos, que me sucedió en EFE Bruselas y se convirtió también después en funcionario europeo.
Nos veíamos siempre que yo volvía a Madrid, cada tres o cuatro meses. La última vez, un mes antes de tu muerte, nos separamos con tristeza, pues ya intuíamos los dos que quedaba poco tiempo.
Adiós, mi querido Juan José. Contigo se va parte de mi alma. No quedará mucho tiempo para que nos reunamos de nuevo. En los Campos Elíseos, quizá.
Carlos Fernández Liébana
19 de febrero de 2025