Eusebio Álvarez González
Decía el filósofo alemán Arthur Schopenhauer que “morir es despertar del breve sueño de la vida”: mi padre comenzó ese breve sueño de la vida un 29 de marzo de 1938 en un pequeño pueblo de Burgos llamado Los Ausines. Pueblo que abandonó pronto para irse a estudiar a la capital castellana, y más tarde a Bilbao, como alumno aventajado que era, lo que le permitió formarse becado por la Iglesia. Posiblemente -posiblemente no, seguro- fuera el primer habitante de su pueblo en dejar el campo para acabar completando una carrera universitaria.
Lo hizo en Madrid licenciándose en Filosofía y Letras, en la rama de Geografía e Historia. También estudió tres años de Sociología y los tres preceptivos para ser periodista que impartía la Escuela de la Iglesia (entonces no existía la Facultad de Ciencias de la Información). Él decía que lo que le hubiera gustado de verdad es haber estudiado la carrera diplomática, pero que para eso había que ser rico. Idiomas hablaba; francés, que estudio en el colegio y perfeccionó en la ciudad suiza de Ginebra; e inglés, lengua que aprendió durante una estancia de un año en Londres a comienzos de los s60, y que se costeó impartiendo clases de español.
Aprender la lengua de Churchill, no de Shakespeare (yo siempre le decía a mi padre -que sonreía- que el primer ministro británico durante la Segunda Guerra Mundial ha sido el inglés más importante de todos los tiempos), le permitió vivir de ello gran parte de su vida profesional; primero, como profesor de este idioma en el colegio Tajamar de Vallecas y, más tarde, en la Universidad San Pablo CEU. En Tajamar debió dejar un gratísimo recuerdo, ya que más de 50 años después le siguen felicitando cuando llegan las fiestas de Navidad.
Su labor centrada en el periodismo, su principal profesión, comenzó en el diario "Informaciones"; le siguió "Cambio 16"; y luego el "Ideal Gallego", ya en A Coruña, donde vivimos durante seis años, entre 1971 y 1977. A este periódico llegó de la mano de su gran amigo de entonces, Luis Blanco Vila, a la sazón el director. Allí ocupó el cargo de redactor jefe. Le costó regresar a Madrid porque en la ciudad gallega vivió momentos inolvidables; y más aún a mi madre, que se fue allí llorando porque no quería ir, y regresó llorando porque no quería volver.
En Madrid ocupó, entre 1977 y finales de los 80, el cargo de jefe de la sección de internacional del diario "Ya". Esto le permitió conocer muchos países, aunque la mayoría de los viajes se los cedía a quien fuera otro de sus grandes amigos: Pepe Colchero, ya fallecido.
Después de su paso por el diario "Ya", y hasta la jubilación, trabajó como colaborador en la sección de meteorología de TVE. En la televisión pública aterrizó con la ayuda de Diego Carcedo, quien le apoyó en un momento de dificultad. Lo hizo, tal vez, porque mi padre le había respondido a su vez cuando este se lo demandó. La verdad es que mi padre hizo favores no pequeños a algunas personas, como esconder en casa a algún compañero buscado por la policía franquista o avalar a otro para la compra de un piso con nuestra casa familiar.
En el plano personal, a mi padre le gustaba, sobre todo, leer; por ejemplo, los ensayos de su admirado escritor inglés Tony Judt, además de disfrutar de sus veraneos en Águilas, una localidad de Murcia de la que se enamoró cuando “se la presentó” su colega en la televisión pública Paco Montesdeoca. Quería que nos compráramos una casa en la playa y fue bajando desde el norte del Mediterráneo: Benicasim, Gandía, La Manga… hasta que dio exactamente con lo que estaba buscando.
En este espacio de la APM en el que hablamos de profesionales de la información, he de decir que mi padre no fue un periodista famoso ni una persona que vaya a pasar a la historia. Pero como decía la escritora, también inglesa, George Eliot, en una cita que conozco a través de Javier Marías: “Que el bien aumente en el mundo depende en parte de actos no históricos; y que ni a vosotros ni a mí nos haya ido tan mal en el mundo como podría habernos ido se debe, en buena medida, a todas las personas que vivieron una vida anónima y descansan en tumbas que nadie visita”. Mi padre fue un buen hombre que, cuando menos, no contribuyó a hacer del mundo un lugar peor, y que el 10 de abril de este año 2020, a los 82 años, “despertó del breve sueño de la vida”.
Familia Álvarez García
5 de mayo de 2020