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Emilio Jarillo Ibáñez

El pasado 20 de diciembre falleció Emilio Jarillo Ibáñez (1951), tras una complicación en una enfermedad que le llevaba acompañando media vida. Periodista desconocido para el gran público, que nunca leyó su firma en un periódico, oyó su voz en una emisora ni vio su imagen en una pantalla, pero querido y respetado por todos los profesionales de los medios que alguna vez nos dedicamos a la información sobre energía e industria.

Emilio era el periodista que mejor conocía el sector energético e industrial de España y sus vicisitudes de los últimos 40 años. Dedicó toda su vida profesional al Ministerio de Industria y Energía y a sus muchos organismos adscritos. Exactamente, 39 y diez meses, en los que las responsabilidades en energía e industria han recaído en una veintena de ministros y muchos más secretarios de Estado; de media, un ministro diferente cada dos años. En lo que al ámbito periodístico se refiere, se sabía como nadie los vericuetos de política industrial y energética española, era su memoria viva.

Cuando coincidimos en el gabinete de prensa del entonces Ministerio de Industria, Turismo y Comercio y me señalaba, por ejemplo, la puerta a la que tenía que llamar para saber cómo iba la tramitación del último decreto o el organismo donde me podían explicar esa pregunta tan rara que hacía alguna revista especializada, solía bromear con él haciendo un juego con el microrrelato “El Dinosaurio” de Monterroso: cuando el ministerio se construyó, Jarillo ya estaba allí.

Y realmente así era. Emilio empezó a trabajar en Industria cuando la sede del ministerio estaba en la calle Serrano y ya estaba dedicado a sus asuntos de prensa antes de que se levantara el actual complejo de Cuzco, al que llegó nada más inaugurarse. Conocía a todo el ministerio, tanto a los técnicos veteranos como a los más jóvenes, con los que tenía una gran amistad a pesar del salto generacional. Quizá fuera que su jovialidad y buen humor trascendían la edad, o esa manera en que te preguntaba por un restaurante, o cómo te explicaba que su último móvil era mucho mejor que el tuyo.

Le gustaba estar al tanto de lo que se fraguaba en la casa, listo para poder comunicarlo. Concebía la comunicación del ministerio como un servicio público y defendía con celo autonomía de acción y decisión. ¡Cuántas veces repetiría esto a los equipos de esa veintena de ministros para los que trabajó a lo largo de su vida! No quiero dejar de mencionar aquí su reivindicación de un cuerpo administrativo de periodistas, igual que lo hay de ingenieros o abogados, que trabajen para el Estado. Profesionales que nutrirían gabinetes de prensa bien dotados de personal con estabilidad a lo largo del tiempo por muchos cambios en la cúpula ministerial que hubiera.

Lo recuerdo en su despacho del ministerio, hablando con el “manos libres”, cansado de tener durante horas el auricular del teléfono en la oreja, contando el último reglamento del carbón a algún periodista de las comarcas mineras, de las que conocía sus anhelos y sus vergüenzas, o escribiendo una nota de prensa para los medios regionales sobre los programas de apoyo industrial que iban a publicarse en el BOE. No todo eran los grandes medios de comunicación, y eso Emilio lo sabía y lo practicaba.

Conocía el mundo del periodismo, sus reglas y resortes. Ayudaba en lo que podía. Te cogía el teléfono prácticamente a cualquier hora del día, aunque la política de comunicación del ministerio en esa ocasión fuera que no había nada que comunicar. “Si me llamas por ese asunto que me estoy imaginando, no tenemos nada que decir”, podías escuchar al otro lado de la línea antes incluso del hola de rigor. Y después se quedaba contigo un cuarto de hora comentándote que había visto que en tu pueblo estaba haciendo un frío tremendo, preguntándote por tu último viaje en moto o te pedía que saludaras de su parte a algún veterano periodista de tu redacción mientras despejaba con cintura y humor tus insistentes preguntas.

Como decía al principio, Jarillo era muy querido en las redacciones. Poco antes de jubilarse los periodistas que escribíamos de energía e industria, le organizamos un homenaje sorpresa en reconocimiento a su trabajo y su persona. Desconozco si es la primera vez que los plumillas homenajean a alguien que ha trabajado en un gabinete de prensa, pero desde luego es algo muy raro. Y allí nos juntamos decenas de periodistas de generaciones distintas a comer juntos en una sencilla celebración, en la que hasta tuvo que pronunciar unas improvisadas palabras. Haced información a secas, dijo.

Emilio guardaba un gran recuerdo de ese día. El papel que le entregamos garabateado por todos intentando resumir en dos frases nuestra relación con él colgaba en su despacho personal al lado de las fotos con algunos de los ministros y personalidades públicas con los que tuvo más relación.

Muchas gracias por todo Emilio. Te echaremos de menos.

Adrián Pérez Checa
30 de enero de 2018