Pedro Erquicia. Foto: RTVE
Llevábamos tiempo sin saber de él. Se había jubilado a los 65 años, una edad en la que un buen periodista está en plenitud, salvo que tenga la mala fortuna de haber nacido en un país que, como el nuestro, practica un cierto desprecio intelectual y, en aras de la eugenesia –ese vano intento de perfeccionar la especie humana–, minusvalora el “know-how” de los profesionales maduros, sacrificándolos en nombre de la evolución y de las nuevas tecnologías, como si su aprendizaje les estuviera negado.
Dicen que más vale llegar a tiempo que rondar cien años. Pedro Erquicia llegó a Televisión Española cuando era la única y cuando las emisiones apenas habían cumplido nueve años. Era 1965 y todo estaba por hacer. La redacción se había formado con periodistas procedentes de la prensa y el lenguaje audiovisual estaba lejos de alcanzar la mayoría de edad. Los informadores se encargaban de escribir como lo harían para un periódico y alguien, casi por arte de magia, ponía después las imágenes. Era lo que coloquialmente se conocía como “asfaltar un texto”. En aquellos años, Pedro Erquicia era un joven periodista que no había tenido tiempo de acomodarse al oficio y que, sin apenas lastre, quería comerse el mundo.
Y en parte se lo comió. Siempre con un ojo en el mercado anglosajón, cuna de los mejores productos televisivos, Erquicia pasó de los informativos diarios a los programas y adaptó a la audiencia española una fórmula de éxito: la del programa de la CBS “60 Minutes”, que aquí se llamaría “Informe Semanal”. Era el año 1973 y la dictadura daba sus últimas bocanadas. En la redacción del programa había un censor, presunto controlador de contenidos, al que nadie hacía caso, porque los deseos de cambio eran más que evidentes y porque no se puede nadar a contracorriente de la historia.
Aquel “Informe Semanal” fue el comienzo de una larga y fértil etapa de reportajes y reporteros, donde el lenguaje audiovisual –algo mucho más complejo que un texto cubierto con imágenes– empezó a madurar y a tener reglas propias. La lista de reporteros y reporteras que, desde entonces, contribuyeron a que la televisión fuera mucho más que un electrodoméstico o una máquina de propaganda es muy larga. Tras “Informe Semanal”, Erquicia pasó por otros destinos, entre ellos la corresponsalía de Estados Unidos, un lugar privilegiado para seguir de cerca la evolución de un medio que ya ocupaba un lugar de honor en los hogares de millones de ciudadanos y cuya influencia –para contribuir a la libre opinión del ciudadano o para tratar de modelarla– la había convertido en el bocado apetitoso de las terminales del poder.
Pedro Erquicia dirigió “Informe Semanal” durante cinco años. La gente nunca se olvidó de él ni de asociarle al longevo programa. Treinta años más tarde, empezaría mi etapa al frente del programa. De momento, puedo decir que soy la periodista que ha dirigido “Informe Semanal” durante más tiempo –han sido más de ocho años–, pero entre Pedro Erquicia y yo hubo una pléyade de grandes reporteros y un buen puñado de directores y directoras: Rafael Martínez Durbán, Ramón Colom, Jorge Martínez Reverte, Elena Martí, María Antonia Iglesias, Fernando López Agudín, Ana R. Cañil, Manuel Sánchez Pereira, Baltasar Magro….
Sin embargo, Erquicia siempre será uno de los más recordados. Nunca olvidaré –y cada vez que lo rememoro, inevitablemente, se me dibuja una sonrisa– aquel sábado que al llegar a Torrespaña, como siempre hacía antes de subir a la redacción, me acerqué al mostrador de la entrada para recoger los periódicos del día. El ordenanza, que era un chico muy joven, me los acercó mientras me decía:
-"¿Le importa llevarse esta carta? Es para el director del programa, Pedro Erquicia".
Momento en el que solté una carcajada mientras el chico me miraba desconcertado.
- "Yo me subo la carta, pero la dejaré en “Documentos TV”. Erquicia no dirige “Informe Semanal” desde hace 30 años y, desde hace dos –corría el año 2006–, la directora soy yo".
El muchacho se puso rojo como una granada e intentó disculparse, pero no le dejé, porque la anécdota me pareció casi tierna y porque no había cometido ninguna falta. Eso sí, desde entonces me saludaba como si yo fuera un mariscal de campo.
La anécdota tiene recorrido. Erquicia no fue uno más. Mucho antes de su muerte temprana, ya ocupaba un lugar incuestionado en la historia de RTVE, la radiotelevisión pública de ámbito estatal: siempre querida, siempre cuestionada; reivindicada por quienes creen en el servicio público como un elemento esencial de las sociedades democráticas y, lamentablemente, objeto permanente de deseo de quienes quieren manosearla. Algo que él siempre combatió desde su trabajo, pulcro y sin espurias intenciones.
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