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In memóriam: Ana Martín Fernández, trabajadora de la APM fallecida en los atentados del 11M

10/03/2014

17:08

Escrito por: APM

Se cumplen ahora diez años del peor atentado de la historia de nuestro país. En la Asociación de la Prensa de Madrid vivimos esta tragedia con el dolor y la aflicción de todos los españoles, aunque quizá un poco más, porque la herida nos tocó muy de cerca. Entre las víctimas se encontraba una compañera nuestra, Ana Martín Fernández, que trabajó en nuestra Casa hasta esa fatídica fecha. Recordamos ese día y le dedicamos estas líneas a su imborrable memoria.

 

               A veces, siempre, aún es marzo

 

Por Mª Jesús García (*)

“Una rosa es una rosa, es una rosa”,  cantabas. Te gustaba cantar. Dejaste una rosa en tu mesa, justo entre la foto de tu hija y una taza de café a medio beber. Alguien lavó la taza, pero nadie se atrevió a tocar la flor. Se fue marchitando sobre tu escritorio, al lado de una montaña de papeles inútiles y la pantalla vacía de tu ordenador.

Dos semanas después esperé a que todo el mundo se hubiera ido y me la llevé. La guardé entre las hojas arrugadas de un cuaderno que también dejaste olvidado en un cajón. Solo había una página escrita: garabatos azules bajo una fecha de marzo.

Ayer la busqué. Mirando aquellos pétalos ajados recordé las cuarenta y ocho horas más angustiosas de mi vida, el teléfono que no paraba de sonar y la esperanza de que no estuvieras muerta, de que no estuvieras destrozada en el vagón de un tren con destino a ninguna parte. Quizá aturdida, me decía a mí misma, deambulando desorientada por las calles de Madrid. Sin saber quién eras ni acordarte del número que deberías marcar para tranquilizar a tu marido, para tranquilizar a tu madre, para tranquilizar a tus amigos y hasta al jefe antipático que ahora no paraba de llamar a todos los hospitales dando tu nombre y describiendo tus rasgos físicos, tu metro sesenta y el color de tu pelo casi caoba tirando a granate. Me veo a mí misma sin saber qué decirle a Juanjo, algo nuevo que no le hubiera dicho diez minutos antes, la última vez que llamó. “No sabemos nada, no te preocupes, hay muchos problemas de tráfico, quizá esté retenida y no pueda comunicarse con nadie; solo son las nueve, solo son las diez, solo son las once de la mañana...” A las tres únicamente  repetíamos palabras tranquilizadoras que nos costaba creer pero que pronunciábamos como quien pronuncia un conjuro, una suerte de encantamiento con el que desafiar a la muerte.
 
Luego, ya en casa, imágenes de guerra, de sangre y dolor. El caos se había apoderado de la ciudad y yo solo pensaba en tu niña. Saldría del colegio y preguntaría por ti. Sería la primera de un sinnúmero de veces en los próximos días, en las próximas semanas, en los próximos meses. Su cara redonda sonriendo sin saber que te habías ido a un trabajo del que no volverías. Y me veo llegando de nuevo a la oficina al día siguiente, subiendo las escaleras como el que sube al escenario de un crimen, y ver tus ojos, tu nariz, tu boca saliendo de la fotocopiadora -una, dos, setenta veces-  y preguntar “¿qué haces?” a un compañero y oír que va a repartirlas por las comisarías... no vaya a ser que estés perdida, en estado de ‘shock’ y no sepas regresar. Y sentir entonces su abrazo y mi llanto, aferrándonos un segundo más al hilo que ya empezaba a romperse, ese hilo terco  que ni miles de fotografías podrían ahora  anudar.Placa en recuerdo de Ana Martín en la sede de la APM.

Y entonces oigo también  a tu hermana, horas más tarde, contándome que te había reconocido en una pantalla, que sólo le habían mostrado un lado de tu rostro pero que era el tuyo, que a su pesar sólo podía ser el tuyo porque tenía aquella cicatriz que te hiciste de pequeña en la frente, y que no quiso ver esa cicatriz, que no la buscó pero allí estaba, como estaba el jersey rojo que estrenabas y que tuvieron la delicadeza de entregarle hecho jirones, diciéndole que quizá fuera una cinta del pelo, pero era un jersey, del mismo color que la rosa que dejaste  sobre tu mesa de trabajo, justo al lado de la  taza de café, -tan amargo, dijiste-, que no pudiste acabar de beber.

 

(*) María Jesús García es periodista, amiga y compañera de trabajo de Ana Martín Fernández en la APM.

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